- Elizabeth Candina Laka
- Reseñas
María Jesús Ruiz/caoCultura
Largo viene siendo el debate sobre si existe o no una escritura específicamente femenina. Largo y nada estéril, a mi parecer, porque la pregunta, lejos de llevarnos a callejones sin salida, nos acerca amablemente a modos de escribir hasta ahora poco canónicos, que iluminan caras ocultas de la literatura. Al respecto, una de las autoras más convencidas de que ser mujer implica una escritura singular (Carmen Martín Gaite), dice lo siguiente: «En el fondo, la mayor diferencia entre el discurso masculino y el femenino estriba en que un hombre no se resigna a no entenderlo todo… Ella, en cambio, desconfía muchas veces del entendimiento como norma». Y añade: «Ninguna mujer que decide coger la pluma ha dejado de sentir antes una cierta incapacidad para distinguir el mundo de los sueños del de la realidad».
Si, a partir de estas observaciones, intentásemos establecer un canon de escritura femenina, Mi medio pomelo sería el ejemplo más perfecto para explicarlo. Pero -será porque aún es escasa la nómina de autoras en la historiografía literaria, o será porque ese «modo femenino» de escribir finalmente resulta que no es privativo de las mujeres- la novela de Candina Laka me ha emocionado como sólo lo han hecho ciertos textos poéticos (muy poéticos) firmados por hombres. Y se me ocurren, por empezar, dos: Sueño de una noche de verano, de Shakespeare y Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. El olor de Mi medio pomelo es el de la fantasía de Shakespeare, un trasfondo muy consciente para la autora (creo), pues personajes y detalles de la narración remiten directamente a él, y sobre todo a él remite «esa agradable y narcótica ensoñación asociada a las hadas» destacada por la crítica. Del Cántico espiritual esta novela hereda, también, el dominio de un territorio onírico, y además otras cosas: la exigencia al lector de que transite el texto no de modo lineal, sino como un mosaico de pequeñas teselas (de tonos suaves muchas, de brillo refulgente unas pocas) que acabará dándole una imagen armoniosa y completa de lo que ahí dentro ocurre; y la ausencia de verbos que aceleren o impongan una trama convencional.