- K. Sello Duiker
- Reseñas
Compadezcamos al escritor que gana un premio por su primera novela: todo lo que escriba después está destinado, por una ley de hierro de la crítica literaria, a ser juzgado como una decepción. K. Sello Duiker, galardonado en 20001 con el Premio del Escritor de la Commonwealth al Mejor Primer Libro de la Región de África por 13 céntimos, ha tentado a la providencia y a la crítica publicando una segunda novela inmediatamente después de la primera.
La tranquila violencia de los sueños no escapa del todo a la ley de las segundas novelas. Es, en primer lugar, casi tres veces más larga que su predecesora, y hay que decir que podría haber sido bastante más corta y ser considerablemente mejor por ello.
Sin embargo, la excesiva longitud es una de las marcas de una ambición que tiene también otros efectos más atractivos. Mientras que 13 céntimos se limita a una sociedad estrechamente definida, la de la gente de la calle de Ciudad del Cabo, La tranquila violencia de los sueños se adentra, por así decirlo, en los hogares, clubes y restaurantes de la clase media de Ciudad del Cabo, para revelar un mundo en cierto modo tan disoluto como el de las niñas prostitutas de 13 céntimos. Su protagonista adulto, también, tiene un alcance mucho más amplio de experiencia y emoción que el narrador de trece años de la novela anterior. Un cínico podría decir que la principal diferencia es que el chapero adulto cobra diez veces más que el niño por sus servicios, pero en realidad la mayor movilidad social del personaje genera un elenco de personajes y situaciones mucho más variado.
La estructura de la novela, como la de 13 céntimos, es esencialmente picaresca, es decir, que la trama está dictada por las andanzas de su protagonista -en este caso, Tshepo, un vagabundo con estudios universitarios que pasa de estar internado en la institución psiquiátrica de Valkenberg (una institución casi medieval) a una lucrativa carrera como prostituto y asistente en un hogar infantil de Hillbrow.
La novela de Duiker es inusual entre la ficción sudafricana reciente por no estar particularmente preocupada por la raza y sus problemas concomitantes: sus personajes, ciudadanos de los suburbios sin clase y, en esta muestra, no raciales de Ciudad del Cabo como Observatory, se mezclan y combinan con una refrescante falta de conciencia racial: por una vez estamos en una Sudáfrica no predeterminada por su historia racial. No por ello se trata de un país de arco iris y armonía: los habitantes del mundo de Duiker son propensos a todas las depresiones y depravaciones de los jóvenes profesionales urbanos de todas partes, exacerbadas en el caso de Tshepo por una historia de violencia doméstica que culmina, al parecer, con el asesinato de su madre a instancias de su padre gángster, un incidente que proporciona tanta intriga argumental como tiene la novela.
Duiker ha diluido sabiamente la obsesionada narrativa de Tshepo con la de otros personajes, en particular Mmabatho, una joven sotho que se enfrenta a la reticencia de su amante alemán a comprometerse con el hijo que está a punto de tener. Su creciente distanciamiento de Tshepo es a la vez un útil registro de la asimilación de este al modo de vida que ha elegido, y un necesario dispositivo de distanciamiento en un protagonista propenso a largos períodos de autoanálisis. Del mismo modo, los demás personajes que aparecen y desaparecen, a veces con una brusquedad desconcertante, tienen la doble función de completar este cuadro de la cultura urbana y relativizar el solipsismo de Tshepo.
Algunos de ellos, como la reina Sebastian, han desarrollado teorías de la sexualidad que forman parte de la apología del oficio de la prostitución ("Porque tenemos tan claro lo que hacemos, es sexo en su forma más liberada, porque no respondes ante una esposa o marido o pareja"); algunos de ellos, como el marimacho West, proporcionan interés romántico, afecto, una comunidad de tolerancia y comprensión. Otros, como el enigmático Zebron y el siniestro Jacques, siguen siendo inquietantes.
Sin embargo, otros, como el enigmático Zebron y el siniestro Jacques, permanecen inquietantemente subdesarrollados para la importancia que la trama parece querer concederles. Aquí y allá, como en el personaje de Chris, el ex presidiario del que se enamora Tshepo, hay reminiscencias del brutal mundo callejero de 13 céntimos; pero el desprecio especial de la novela se reserva para los ricos mimados con sus coches "felinos", como Oliver, con su palacio de placer en Llandudno ("En la puerta nos deja entrar un mayordomo blanco de mirada altiva").
El salón de masajes se basa, quizá de forma un tanto extraña, en los principios de la Hermandad prerrafaelita: una reproducción de lo que parece La luz del mundo de Holman Hunt ("Está tranquilo, vigilante") recibe a los clientes en el vestíbulo, uno se pregunta con qué efecto sobre la constitución calvinista de algunos de sus clientes. Si Valkenberg es representado como el hospital del infierno, el salón de masajes Steamy Windows es algo así como un remanso de amor fraternal. Verás, no es tanto que queramos tíos guapos o con buen cuerpo", le explica a Tshepo uno de sus nuevos colegas. Eso lo tiene cualquiera. Buscamos algo más profundo, algo real, alguien que quiera hacer algo con su vida". La novela tiene el mérito de hacer verosímil esta visión inusual de la prostitución.
La cuestión de la orientación sexual, como la de la raza, no se presenta como un gran problema. En algún momento de la novela, Tshepo parece decidir que es gay, sin las crisis agonizantes y existenciales de la típica novela de salida del armario. Como en 13 céntimos, los encuentros sexuales son gráficos y francos. De hecho, la novela se convierte en una especie de canto al amor masculino, lo que supone un bienvenido alivio frente a la autoflagelación de tanta ficción gay.
Se trata de un intento de imaginar una Sudáfrica en la que blancos y negros, homosexuales y heterosexuales, coexistan en una comunidad afectuosa y solidaria. Inevitablemente, el intento tiene algo de ingenuo. Su conclusión es poco optimista, algunos dirían utópica: "Nos esperan grandes cambios. Todo el odio y la decepción están desapareciendo".
Sin embargo, a pesar de su exceso visionario, la novela presenta una destilación de una subcultura urbana que es nueva en la ficción sudafricana, y un optimismo que es extremadamente raro. Por ambas razones, merece ser leída.
http://www.michielheyns.co.za/documents/Quiet_Violence_Sello_Duiker.pdf