Acabo de leer una novela que me ha dejado traspuesto y con el paso cambiado.
Después de esperar más de un mes por el libro, al final, la demora ha sido algo así como atravesar “un mal necesario”. No sé qué hubiera pasado si me hubiese perdido a una novelista como María del Mar Rodríguez, La Tuerta, Ediciones de Baile del Sol, Tegueste, Tenerife, 2023, escritora sólida, que sabe contar, que mide los tiempos y las escenas, que conoce debidamente las diversas situaciones; creadora eficaz, también y además, de personajes que viven con los pies pegados al suelo: como intuye, y con razón, la novelería de los lectores, cuenta adecuadamente las distintas escenas y a cada una de ellas le proporciona los datos precisos con los que poder avanzar sin dejar nada pendiente ni descolgado. Y no solo lo consigue, sino que, además, nos sorprende: creíamos, y estábamos muy equivocados, que la novela caminaría por otros derroteros imprecisos. Pero no ha sido así. Ya dijimos antes que nos encontramos ante una autora capaz de relatar los hechos que suceden a personas normales y corrientes, aquellos que desarrollan una vida entera, y las convierte, así, en creíbles y ciertas. Al mismo tiempo, plantea el papel ejercido por una dictadura cruel y tremendamente represora de la vida cotidiana, donde se sentía el verdadero cogotazo de la “Nueva España” y las distintas corruptelas que siempre se significaron. María del Mar Rodríguez destapa una realidad que por conocida no deja de sorprender en su enmascaramiento. Y está bien que cada palo aguante su vela: el relato vale la pena, y mucho: en el planteamiento de la peripecia central acaba con falsos bulos y eufemismos y desnuda a la sociedad hipócrita y vencedora en la que viven los distintos personajes: un mundo de apariencias.
Supe de la existencia de la novela por un comentario de Juan Cruz Ruiz al final de uno de sus estupendos artículos dominicales en LA PROVINCIA. Inmediatamente me puse a buscarla y su lectura, posteriormente, ha sido vertiginosa. Me alegro de no haberme perdido este magnífico trabajo. Tengo para mí que la novela está muy bien contada y la escritora, seria y rigurosa en su quehacer, constituye una agradable sorpresa que habla de solidez adecuada, sobre todo, a la hora de repartir los tiempos de cada personaje, en los que hay de todo y para todos los gustos: el hecho de que hable de unos perdedores natos incide en la idea de que los perjudicados de la Guerra Civil tienen más cosas que contar que los vencedores, siempre tan planos y violentos.
Está bien poder descubrir, una manera de hablar, claro, nuevas voces en el panorama literario más cercano e inmediato. Y María del Mar Rodríguez representa una voz pronunciada y coherente que, además, dispone de su propio estilo; y eso es muy difícil de encontrar y alcanzar. En cualquier caso, para gustos, colores. Pero sí me gustaría dejar bien claro que esta escritora, hija de palmeros, nacida en Caracas, ha venido para quedarse y para reivindicar su espacio, que lo tiene más que ganado.
Y los diálogos resultan incisivos, claros, precisos y sugerentes. María del Mar Rodríguez nos regala la visión exacta que proyectan algunos personajes: cuando toman el mando del relato es como si entráramos aún más en sus convulsas vidas. En definitiva, un total acierto la pluralidad de voces narrativas, que no solo ensanchan la novela, sino que la convierte en más cercana y redonda.
Es verdad que esta novela no cambiará el mundo, pero le ocasionará una buena sacudida, tal vez como la del Tajogaite palmero, al que no podíamos dejar de mirar, admirar y temer al mismo tiempo. Y eso de por sí es un triunfo: plasmar la existencia de la vida cotidiana en los años cuarenta del siglo pasado es una hazaña conducida por mujeres dispuestas, sensibles y con criterio más que avanzado. Y María del Mar Rodríguez es una de ellas.
A los lectores que me siguen se las recomiendo encarecidamente.
Vale.
Juan FERRERA GIL
