Jorge Riechmann, que no nos falten sus versos ante el ecocidio

Por Javier Morales

‘En el fondo del valle ha muerto Jorge Riechmann rezuma dolor por la pérdida, pero también celebración y gratitud. Es conocida la frase de Adorno cuando afirmó que después de Auschwitz ya no se podían escribir poemas. Si pensamos en el ecocidio actual, no me extraña que Riechmann anduviera durante unos años reflexionando sobre la necesidad de la poesía antes de publicar un nuevo libro. Por suerte para sus lectores fieles, ha regresado. La poesía no es un arma cargada de futuro, pero nos ayuda a sobrevivir en el naufragio.

La mentira en política debería ser un delito. Pero no lo es. Al contrario, las mentiras se sientan a diario en el Congreso de los Diputados sin que nunca pase nada. Sin embargo, decir la verdad en este país está castigado. Un grupo de activistas y rebeldes contra el cambio climático se manifestaron pacíficamente frente al Congreso el pasado mes de abril y, en un acto de desobediencia civil, lanzaron tinta biodegradable a este lugar que debería ser un verdadero foro de representación y encuentro. La respuesta del Estado fue enviar a la brigada antiterrorista para detener a estos ‘peligrosos conspiradores’ contra la democracia. Algunos de estos rebeldes, que se habían manifestado de forma violenta en otra ocasión y también habían sido detenidos, se enfrentan ahora a cuantiosas penas monetarias o incluso la cárcel.

¿Qué les gritaban los acusados a nuestros diputados? Una verdad que la comunidad científica lleva repitiendo desde hace más de 40 años: que los humanos han sobrecalentado el planeta con la quema de combustibles fósiles y las consecuencias son ya devastadoras, sin que a quienes pueden tomar decisiones parezca importarles demasiado o, si les importa, no hacen nada para evitarlo. Lo peor ya ha llegado y de lo que se trataría ahora es de evitar lo peor de lo peor, intentar al menos que el planeta siga siendo un lugar mínimamente habitable para las próximas generaciones de humanos y demás seres vivos, compañeros de viaje, a los que también estamos condenando a la extinción.

Uno de esos activistas es el poeta, filósofo y amigo (decía Orwell que cuando se escribía en prensa siempre había que poner las cartas sobre la mesa) Jorge Riechmann. Este hombre, lúcido y molesto para los poderosos, acaba de gritar de otra manera, a través de su poesía, con un libro: En el fondo del valle ha muerto Jorge Riechmann (Baile del Sol). No se trata de un aullido a lo Allen Ginsberg, aunque comparte con el norteamericano la crítica al sistema capitalista y al militarismo, sino de un grito silencioso y callado.

Este poemario es una elegía por los amigos muertos, por su tío Jorge Riechmann, fallecido en los años 50 en la Sierra de Guadarrama, y, englobándolo todo, por la desaparición del mundo tal y como lo hemos conocido. Como toda elegía, En el fondo del valle ha muerto Jorge Riechmann es también un libro de amor. Y un canto a la fraternidad y gratitud hacia la belleza y la vida que nos ha sido dada. “Pues si hay que morir, / una almohada de musgo / con rumor de agua”, escribe el poeta, con una inevitable sensación de fracaso al comprobar que ni las advertencias de los científicos ni la lucha del movimiento ecologista en el que milita desde siempre han sido capaces de despertar a la ciudadanía.

Vivimos en un mundo de sordos.

A partir de una nota previa, el libro está dividido en cinco partes: aprender el arte, asumir el duelo, morir a tiempo, brindar por la vida y final: un tren a través del mar. Cierran el volumen dos anejos y un epílogo. La poesía de Riechmann siempre ha huido de lo ornamental, de lo superfluo, ese sonajero que resuena en la escritura de algunos autores para no decir nada, según el gran Juan Marsé.

Creo que es una poesía labrada desde el asombro, consciente de que si ha de romperse el silencio ha de ser solo con las palabras necesarias, más o menos como debería ser la propia vida, una autolimitación y un dejar al lado lo vacuo y prescindible. “No la palabra elocuente, sino la palabra precisa y la palabra reveladora y la palabra verdadera”, escribe en Ahí es nada (Ediciones del Gallo de Oro). Este último es un libro fundamental para entender su poesía, la de alguien que busca y “es capaz de poner palabra a lo que encuentra”, que gira en torno al concepto del AHÍ. Frente a la soberbia de los que se dicen saber, Riechmann propone el apasionado viaje de quien sale a buscar para tratar de poner palabras a lo inefable, el misterio de la vida.

En el fondo del valle ha muerto Jorge Riechmann rezuma dolor por la pérdida, pero también celebración y gratitud. Es conocida la frase de Adorno cuando afirmó que después de Auschwitz ya no se podían escribir poemas. Si pensamos en el ecocidio actual como un Auschwitz a gran escala, no me extraña que Riechmann anduviera durante unos años reflexionando sobre la necesidad de la poesía antes de publicar un nuevo libro.

Por suerte para sus lectores fieles, entre los que me encuentro, regresó. Quizás uno no puede desalojar a lo que habita en él. La poesía no es un arma cargada de futuro, se queja casi con hartazgo el autor, pero nos ayuda a sobrevivir en el naufragio. Ya está todo dicho, pero ahora toca abrir espacio, “quizás para un más allá de la muerte / que no invoca ninguna clase / de vida ultramundana sino solo: / que tras el colapso / de esta civilización ya condenada / siga habiendo quizás seres humanos / capaces de aprender de la catástrofe”. Ojalá sea así.

Escrito con la serenidad y la lucidez que aporta la asunción de una derrota, En el fondo del valle ha muerto Jorge Riechmann no lleva a la inacción, sino todo lo contrario, a persistir en la lucha y en la búsqueda de la belleza. “Que nunca falte  / una flor entre páginas / de este cuaderno amargo”. Siempre me gustó esa frase de Bolaño, cuando decía que la literatura es una batalla perdida de antemano, pero hay que darla. Ahí nos encontramos.

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