GUAD, La novela de Alfonso García-Ramos es un clásico de nuestra literatura

Javier Doreste/LA PROVINCIA

03 FEB 2024 9:00

A veces conviene acudir a los clásicos, más en los tiempos que corren en que tanta novela de moda, sea histórica o policíaca o la mezcla de ambas, llena las mesas y estantes de las librerías, dejando la sensación de que todas son la misma, copias en forma, estilo y temas, unas de otras, sin cariño por el lenguaje ni, siquiera, por los lectores. Así, ante este desolador panorama en el que prima el mercado frente a la literatura, recuerden a Rodríguez Padrón y su brillante conferencia sobre la literatura canaria, conviene, insisto, acudir a los clásicos.

Y Guad es, desde luego, un clásico de nuestra literatura y, me atrevo a decir, de la más reciente española. Pues si un clásico es, según Ítalo Calvino, una obra considerada valiosa que perdura a través del tiempo, casi un modelo en su género; Guad es un modelo en su género y su actualidad ha perdurado en el tiempo de los canarios.

Trata del problema eterno de las islas: el agua. Las recientes restricciones en algunos municipios e islas o el recorte presupuestario en las políticas de investigación del gobierno autónomo, nos prueban que su tema sigue de actualidad hoy en día.

Eso, ateniéndonos al tema del agua. Pero el libro de García Ramos va más allá de lo meramente anecdótico y se eleva, como toda obra universal, hasta tratar temas generales de la condición humana. La solidaridad, la desigualdad, la explotación del ser humano, la relación de los hombres con la naturaleza; incluso una definición perfecta del conflicto entre Camus y Sartre: «Camus retirado a un Olimpo distante de los detritus históricos, las manos limpias de cuanto suceda abajo. Sartre, las manos sucias, para, con el barro sucio, hacer algo mejor por los hombres».

Pero no es una novela de tesis. Es una obra realista, escrita con un tremendo dominio de la técnica y el lenguaje. Cada uno de los personajes tiene una voz propia, efecto reforzado por el uso de la tercera persona o de la segunda, a veces de la primera, en cada capítulo y según el personaje protagonista de ese capítulo. Cada uno se expresa según el estrato social al que pertenece y eso permite al autor imbricar en el relato voces y expresiones del léxico canario, en absoluto forzadas ni impostadas, alejándose así de la habitual trampa del costumbrismo.

La técnica de García-Ramos permite que su novela se eleve a las alturas de otras obras hispanoamericanas, piensen en el Huasipungo, de Jorge Icaza o en los Hombres de Maíz, de Ciro Alegría. Novelas que, pese a describir un mundo concreto, el de los indígenas y su relación con la tierra, y usar expresiones o modismos propios, han sido leídas y entendidas en todo el mundo de habla hispana gracias al dominio del idioma y de las técnicas novelescas de sus autores. Tal ocurre con Guad y ese es uno de los méritos que debemos destacar.

Decía Rodríguez Padrón que: «…la expresión insular se ha caracterizado, siempre, por su brevedad y desnudez, por su funcionalidad. (…) ausencia de los superfluo, por las significaciones soterradas, por los sobrentendidos y por los silencios; por una cierta ambigüedad insinuante, matizada y teñida de ironía y afectividad».

Y Guad es buena muestra de ello, expresiones: me da magua, cosas del pobrerío, el traje virado, cogerse la camella, fuerte engorro… se deslizan con facilidad delante de nosotros, dotando de veracidad la acción y el pensar de los actores, logrando que nos reconozcamos en los sucesos y los personajes.

Búsqueda

El lector queda atrapado por la cadencia de lo escrito, verdadero ejercicio de identidad. No olvidemos el peso de la cultura del agua en las Islas. Su búsqueda afanosa para regar los cultivos de exportación, casi 2.000 kilómetros de galerías excavados en las islas para alumbrar el líquido con el que regar los campos y para que el trabajo sea suficiente para olvidar el fantasma de la emigración, otro de los asuntos que transitan por las páginas de Guad.

A propósito de las dichas que el agua traerá, no olvida el autor la realidad del campo isleño: «Míralo, seco y pobre; pero un día nacerá el agua y toda esa llanura, ahora pelada, se cubrirá de platanales. Entonces habrá árboles corpulentos y flores en las casas; la gente pasará menos necesidad y será más buena. Juan no dijo lo que pensaba: Y ese mismo día los ricos levantarán vallas y dirán: esto es mí, por aquí no pasa nadie. Los pobres trabajarán para ellos y seguirá la misma injusticia». «La vergüenza debe medirse arriba por el peso del bolsillo».

Así se nos contarán las maniobras de especulación para hacerse con el control de las acciones del futuro alumbramiento, «la fortaleza del que tiene dinero y la debilidad del que lo necesita. A eso llaman negocio».

Las esperanzas de todo un pueblo de que les toque algo de la fortuna que deparará el ser titular de una de esas acciones, el peso de la guerra o mejor de la represión en el Archipiélago: «En España no se puede firmar ningún papel, porque los papeles se vuelven contra uno». «Y dé gracias porque su padre fue amigo mío, si no es por eso lo hubiera denunciado ahora mismo».

Fantasmas de desparecidos, recuerdos que obligan a agachar la cabeza, la miseria, las supersticiones, el sudor y los callos en las manos, y también las alegrías, escasas, pero ciertas, de las gentes de abajo. Tendremos historias de amor, de encuentros, y sobre todo, un aire de solidaridad entre los desfavorecidos que alienta la esperanza. Ya en el primer capítulo se manifiesta esa solidaridad en la entrega de 30 duros, recogidos entre el personal del barco que trae a las islas al minero represaliado. No será el único ejemplo de fratria entre las gentes.

El mismo cura abarraganado, y por eso mirado con recelo por las fuerzas vivas, al redactar los informes que exigen las autoridades a quién quiera un puesto de trabajo o empezar un negocio, los hará siempre favorables al solicitante. Preguntado por ello, primero dirá que los hace por Dios y si este no existiese los haría por los hombres. Ninguna de las 1.500 galerías existentes se hizo sola.

Se excavaron con el esfuerzo y el sudor de los cabuqueros y carretilleros, la piña, dos de cada, a un metro por día, peleando tanto con la piedra y con la cicatería de los dueños que niegan las inversiones en máscaras contra los gases, por ejemplo. Rara vez fue la galería que no se cobró una o dos víctimas, a veces más, ya fuera por un cartucho de dinamita que explotó a destiempo, ya por los gases y derrumbamientos con los que la tierra canaria se defiende. El dinero lo pusieron los agua tenientes y la sangre, los de abajo, como siempre: «porque sabía bien que una piña la forman cinco: dos cabuqueros, dos carreteros, y la muerte que entra cada mañana con ellos al trabajo».

https://www.laprovincia.es/sociedad/2024/02/03/guad-97691266.html

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