- Jorge Riechmann
- Reseñas
En 2018 comenzaba Riechmann la que, de momento, es su última etapa creativa. El arco abarca desde Ars Nesciendi a En el fondo del valle ha muerto Jorge Riechmann. Con aquel título, sus poemas se abrieron a la entusiasta contemplación de la naturaleza. Y en consonancia con ese disfrute de lo menudo, su estilo avanzó hacia la lírica de corte tradicional (encontramos soleás, coplas, redondillas) y el haiku japonés. Su libro más reciente sigue explorando territorios. Se trata de una praeparatio ad mortem en toda regla. Él mismo lo anuncia en un par de versos: “Pero algunos hemos venido/ al fondo de este valle para aprender a morir”. Mucho tiene su ideario vital de retiro ascético. A menudo resuenan por debajo de sus palabras las de Marco Aurelio, el célebre filósofo y emperador estoico. Ambos nos invitan a la vida pacífica, alegre y serena; ambos nos recuerdan que los humanos formamos parte del mundo y que debemos amarlo. Jorge, como Andrés García Cerdán, Rubén Martín Díaz, Juan Antonio González Iglesias e incluso yo misma, pone la naturaleza en el centro de su obra, recuperando así el pensamiento de los antiguos poetas mediterráneos. A veces con humor (“Allá en lo alto /la majestad del buitre/ y yo sonándome”) y, en otras ocasiones, con tono grave (“Pero si hay que morir,/ una almohada de musgo/ con rumor de agua”), la mirada de Riechmann celebra la existencia de los reinos animal y vegetal. Ellos serán quienes hereden la Tierra en el momento en que se produzca el colapso de nuestra civilización. Y es que el espíritu del libro se anima con dos movimientos, uno epicúreo que agradece nuestro pequeño paso por el mundo; y otro, decía antes, claramente estoico: de recogimiento interior. El goce del instante y la renuncia al consumo (al derroche, a la persecución de deseos vanos) son dos caras de la misma moneda, que Riechmann heredera, entre otros, de fray Luis y de Horacio.
Vida y muerte se alternan en el libro. En la “nota previa”, su autor nos anuncia los tres tipos de pérdidas que el lector va a encontrarse: la propia, la de los seres queridos y la de nuestras sociedades sustentadas por los combustibles fósiles. Emocionan los cinco homenajes a Guadalupe Grande, al tío del autor (de nombre homónimo), a su abuelo materno (Vicente Fernández), a Anita y a José Luis Porcuna.
En un momento de crisis como el nuestro, toca mirar atrás para analizar las propuestas filosóficas que se han realizado en otros periodos de la Historia. En el libro que nos ocupa vemos el diálogo de Jorge Riechmann con las escuelas y corrientes de la Grecia helenística. Son varias las respuestas que los pensadores de entonces ofrecieron a sus coetáneos para sobrellevar los cambios de su tiempo. Vamos a repasarlas siguiendo la propuesta de Ignacio Pajón.
Los epicúreos ponían el remedio en la amistad, en los fuertes vínculos que creaban un tejido que eliminaba el miedo. Jorge lo retoma en versos como estos que siguen: “Y compartiendo poemas y otros regalos/ esperar al final”.
Los estoicos apelaban a la capacidad de aguante para sobreponernos a las viscisitudes del destino. Leemos en el poemario que nos ocupa: “Cuanto más pronto asumamos nuestra situación y nos percatemos de que nada podemos hacer para salvarnos, antes lograremos emprender la difícil tarea de adaptarnos, con humildad mortal, a nuestra nueva realidad”.
Los cínicos denunciaban los falsos valores que guiaban las conductas de los humanos, como son la ambición económica y de poder. Creían que las convenciones sociales se podían cambiar, que las cosas se podían hacer de otra manera. Riechmann, bien es verdad que con mucho menos fuelle que en libros anteriores, aún nos invita a que nos transformemos, a que emprendamos un cambio de paradigma para salvar la especie y el planeta: “Crisis ecológico-social: a ver si nos enteramos, la cosa no va de pasar una ola de calor de vez en cuando. Va de morir de hambre en un mundo progresivamente inhabitable […] Podemos reaccionar para evitar los peores escenarios infernales; pero eso significa que casi nada puede seguir siendo como ha sido”.
Al final, todas las respuestas se reducen a una: “Otro valor no existe que el amor”.
Que no nos falte.
Ariadna G. García
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