«Ahora todos tenemos una tribuna, pero la estamos usando para gritarnos»

JOSÉ ANTONIO MUÑOZ/ideal de granada

Miguel Ángel Zapata (Granada, 1974) cierra el que él mismo denomina 'Ciclo de la degradación' con su más reciente novela' Nos tragará el silencio' (Baile del Sol), finalista del Premio de la Crítica, y donde el granadino pinta un futuro opresivo en el que un ente supremo llamado 'La hiedra' domina todos los aspectos de la sociedad.

 ¿Esperaba ser finalista de los Premios de la Crítica?

–Es algo que uno tiene siempre en mente cuando escribe un libro. Cuando se anuncian los finalistas uno siempre está un poco pendiente. La competencia este año era muy dura, por eso aprecio muchísimo la distinción.

 ¿Qué significa el concepto de degradación para usted?

–Todas las novelas del ciclo expresan una idea en torno a cómo se han ido perdiendo distintos valores democráticos, de construcción de Estado, de ciudadanía, del propio concepto de libertad... Hay algo en estas primeras décadas del siglo XXI que está haciendo saltar por los aires algunas estructuras políticas, sociales, económicas, que dábamos por seguras. Me interesa indagar por qué y cómo lo percibimos los ciudadanos.

 Esta novela podría ser el reverso tenebroso de 'Los europeos' de Figes...

–Hay mucha desesperanza en esta novela, sí. En 'Los europeos' se alude a una conciencia colectiva que podría salvarnos. Sin embargo, aquí el concepto de individualidad se ha disuelto en algo inconsistente, estos gobiernos casi invisibles, pero de una presencia continua en nuestra vida. Al Estado no hace falta verlo, como en el siglo XX, con sus gorras de plato, sus decretos o sus amenazas de guerra. Hoy ha optado por una invisibilidad activa, lo que hace que el individuo no reconozca su lugar como pieza de la sociedad en la que vive. En eso se basa la desesperanza que destila la novela; en que no sabemos cuál es nuestro papel, porque no tomamos parte en la toma real de decisiones.

 Usted ha optado por que sea un narrador quien nos hable.

–En realidad, el narrador es un ser abstracto. Construyo la novela como si fuera un manuscrito encontrado, como si el lector pudiera encontrarse un libro sin nombre de autor en una librería de viejo. He hecho desaparecer al autor para crear un narrador que podría ser cualquiera, y todos a la vez. Representa a todos los habitantes de 'La hiedra', ese organismo estatal difuso y confuso, que aparece y desaparece, que es parte de un mito pero a la vez es real. Al final, es una polifonía de voces que nos representa un poco a todos.

 Llama la atención el uso de lenguajes técnicos, códigos, incomprensibles para muchos, y que refuerzan la idea de opresión.

–En el informe que hace el narrador sobre cómo funciona 'La hiedra', cuáles son sus mecanismos, todo remite a una deshumanización del Estado, de las instituciones que tendrían que avalar el trabajo cooperativo, y que se convierten en una aritmética de lo humano:todo se mide, se pesa, y cada acto humano es susceptible de convertirse en un código informático.

 Parafraseando a Vargas Llosa, ¿cuándo se jodió el Perú?

–La jodienda tiene varios momentos fundacionales:a nivel internacional, la caída de las Torres Gemelas, que generó una inseguridad colectiva, un pánico al otro... Ese miedo persiste hoy en día, no solo en Nueva York, sino en el resto del mundo. También las sucesivas crisis económicas han exacerbado ese miedo, y están siendo utilizadas para ejercer un nuevo modo de control, que no tiene que ver con la fuerza, sino con el acto de convencer al ciudadano de que el Estado es una forma segura de afianzar la vida individual, y que trabajar para el Estado debe hacernos sentir orgullosos. No hay un solo momento de jodienda; hay muchos a lo largo de las últimas décadas.

El papel de la cultura

 ¿Qué papel tiene la cultura en este proceso?

–Creo que la cultura comienza ahora a analizar qué nos está pasando. Mi novela no es distópica, sino ucrónica, porque puede proyectarse al futuro sin caer en la ciencia ficción. Creo que hay autores que comienzan a hibridar géneros desde el ensayo, en mi caso como una fábula prospectiva. Se comienza a reaccionar sin histeria, porque somos conscientes de que la histeria ya no tiene un papel subversivo, y un libro ya no cambia nada.

 Se explica, entonces, el éxito de Harari.

–Sí, creo que el 'sapiens' de hoy percibe más, pero con menos profundidad. Las redes sociales han unido, pero también nos han convertido en islas. Hay tantos estímulos que unos juicios terminan anulando a otros. De hecho, emitimos muchos juicios instantáneos, pero no profundizamos. Creíamos que la era del 'bit' nos acercaría, pero, en cierta medida, una opinión contradictoria sobre un tema cualquiera puede alejarnos de forma instantánea.

 ¿Qué espera que sus lectores digieran tras la lectura de su libro?

–Me gustaría que el pesimismo que, en cierta medida, está presente en la obra, sirviera como llamada de atención, que reflexionemos sobre cómo, siendo la generación que tiene un mayor acceso a la comunicación y la información, somos incapaces de manejar esa ventaja. Tenemos más libertad que nunca, pero la boicoteamos. De todas formas, los acontecimientos recientes –virus, guerra– expresan que la realidad supera a la ficción.

 Ahora, todos tenemos una tribuna.

–Sí, pero la usamos para hablar demasiado alto. Y el griterío es, a veces, ensordecedor. Ese batiburrillo hace que, mientras nos enzarzamos en polémicas estériles, dejemos al poder con las manos libres para gobernar a su antojo.

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