Stoner, de John Williams

Santiago L. Moreno

Butcher’s Crossing es uno de los libros que más me han gustado en estos últimos años, una obra maestra de corte clásico perteneciente a un género que merecería un mayor respeto: el western. En su día, me pareció increíble que un libro de semejante calidad no tuviera una popularidad mayor en el mundillo literario, y más increíble aún que los entendidos afirmaran que la gran obra de Williams no era esta, que no solo tenía una maravilla del género histórico premiada con el National Book Award titulada El hijo de César, sino que además había escrito otra superior a ambas, ya casi de culto y también ignorada durante muchos años. He guardado la lectura de Stoner para un momento determinado de tranquilidad y claridad personal en el que pudiera apreciar toda su estatura literaria, y he de decir que, de nuevo, el autor me ha dejado absolutamente sorprendido. Tanto como emocionado. Porque es cierto, Stoner supera a la novela que tanto me gustó. Es, de hecho, una obra de tanta calidad que merecería figurar en los más altos puestos de la literatura contemporánea.

En esta obra maestra se narra la vida de William Stoner, hijo de granjeros que acude a la universidad para estudiar agricultura y seguir con la tradición familiar, pero que ve cambiar el curso de su vida al tener una epifanía en la clase de literatura. Siguiendo su vida, el lector asiste en segundo plano a eventos lejanos como las dos guerras mundiales y la guerra civil española y en primero al desarrollo de la vida del protagonista, desde que ingresa en la universidad siendo un adolescente hasta su muerte por enfermedad. Stoner es un ser anónimo del que no quedará huella, así se presenta la historia en su primera página, y esa es precisamente una de las mayores grandezas del libro, que la vida que se muestra es la de una persona normal, carente de grandes peripecias, sin nada reseñable que destacar más allá de su trabajo universitario y su entorno familiar. Y sin embargo, el libro se devora, se lee con la misma pasión que un pasapáginas de acción, como si las desgracias y los pequeños triunfos personales de este insignificante profesor universitario fuesen acontecimientos extraordinarios, su historia personal y su intimidad convertidas en una epopeya.

Si buscamos referentes, hay una deuda clara en cuanto a la construcción del personaje y su entorno. Los paralelismos entre William Stoner y el señor Chipping de Adiós, Mr. Chips son evidentes, y aunque son mayores las diferencias, los puntos en común, aun tratados de distinta forma, remiten a la obra de James Hilton. La incapacidad para conectar con los alumnos, el amor por la rama lingüística clásica (de la que ambos personajes imparten clases), los efectos de una moralidad rígida, las recurrentes menciones a la guerra y sus secuelas tanto en el entorno universitario como en la propia naturaleza humana, son asuntos que están presentes en ambas historias. El hecho de que Williams le ponga a la amada de su protagonista el mismo nombre que tiene la mujer de Chips, Katherine, es un reconocimiento tácito de que el relato de Hilton fue un referente para Williams. Sin embargo, aunque las dos obras comparten puntos de partida, a continuación toman direcciones opuestas. La esposa, que bendice a Chips con la felicidad y la integración, en el caso de Stoner provoca la desgracia, lo cual marca un punto de separación definitivo entre ambos relatos.

John WilliamsLa vida de William Stoner, una persona de carácter estoico y reservado, se ve marcada por tres acontecimientos. Su entrada en la universidad, a la que estará ligado toda la vida; su enamoramiento de la mujer que será su esposa, Edith, y por último, la enemistad con uno de los otros profesores, Hollis Lomax. Edith resulta ser una persona desequilibrada, que no le procurará mas que padecimientos y que no solo le amargará la existencia a él, sino a la hija de ambos. Lomax, un compañero que padece una discapacidad física, lo convierte en blanco de su odio por no favorecer indebidamente a un alumno con su mismo problema. Como superior, impedirá la progresión profesional de Stoner, e incluso la sentimental, cuando éste encuentre el verdadero amor.

No hay más hechos, y lo cierto es que tampoco hace falta. Ni siquiera debe importar al futuro lector conocerlos, pues este pequeño destripe no afecta en absoluto a la inmensa satisfacción que provoca la lectura de esta novela, un artefacto literario perfecto. La prosa de Williams es tan redonda, tan profunda y adecuada para la descripción de lo interior y lo exterior, que la belleza te desborda por momentos. Hay frases (verdades) que se leen con ojos de reconocimiento y asintiendo. El ritmo parece matemático, el vocabulario amplio y certero, y la estructura maneja las emociones del lector como si estuviera diseñada por un titiritero de los sentimientos. Todo está bien medido para producir unos resultados concretos. El momento supremo de la felicidad de Stoner se da en el último tercio del libro, cuando el sufrimiento y la asfixia a los que el protagonista es sometido han ido creciendo hasta un punto difícil de soportar y del que no se ve salida. Ese intervalo de alegría es como una ventana abierta a la primavera, el alivio de una presión interior que el propio lector, a esas alturas, ya comparte con el personaje. La emoción se desata y el lirismo del texto encuentra su complicidad para convertir la prosa en verso.

Aunque todas las herramientas literarias mencionadas son importantes, ninguna lo es tanto como la disposición del narrador. Porque la historia de Williams es contada en tercera persona, no en primera, y a pesar de eso, la narración permite el acceso al interior del personaje, sitúa su centro gravitatorio en él, lo que produce un efecto ambivalente. El lector conoce las impresiones de Stoner, su percepción de las cosas, y a su vez sospecha que se le está dando un punto de vista sesgado, del que se escatima la impresión exterior. Solo en un momento determinado la narración abandona al protagonista, y es para mostrar una información decisiva en el conocimiento de Edith, su esposa. La prueba definitiva de que todo se muestra bajo el prisma de Stoner es que en sus momentos finales, debido a su enfermedad, el lector queda tan ciego y sordo como él a los hechos que suceden a su alrededor, aunque pueda imaginárselos mejor que el propio Stoner. Un último pensamiento de este, una frase absolutamente inesperada, es el pinchazo definitivo en el globo emocional que su muerte, la de un personaje íntegro, ingenuo e inocente, ha ido inflando en el corazón de quien lee esos últimos hálitos de vida apabullado por la lástima y la indignación.

StonerPodría decirse que la historia contada en este libro es la de una injusticia, la de un hombre decente y bueno destruido por dos malas personas, y se tendría razón. Pero si se reflexiona a fondo, lo cierto es que el propio William Stoner es parte responsable de este drama. Y lo cierto es que si hay alguna moraleja, esta va en la dirección contraria a lo que se lee en superficie. Porque si son dos malas personas las que originan su desgracia, lo que la hace posible es su propia permisividad, su carácter resignado, su indolencia ante los elementos que conspiran contra su felicidad. Pudo divorciarse, pudo litigar, pudo dejarlo todo por su verdadero amor. Pero no lo hizo. Se dejó maltratar y eso hundió su vida. O la confinó a su despacho, a las estanterías repletas de libros, a los pasillos de la universidad, a sus clases y sus estudios. Puede que consintiera todos los abusos porque, a fin de cuentas, allí, donde siendo joven tuvo la epifanía que transformaría su vida, fue feliz. Quizás, en realidad, el verdadero amor de Stoner fue la literatura. Al menos, congratulémonos, vivió rodeado de ella.

 

Adenda: No puedo cerrar este texto sin hacer mención a un asunto. Incluso condenada al ostracismo, el paso del tiempo ha dado solera a esta novela, y no solo por su imperturbable excelencia más de 50 años después de su escritura. En la actualidad, se considera casi obligatorio hacer un enjuiciamiento del contenido de una obra desde ciertas perspectivas. Es raro encontrar una crítica que no ponga el foco sobre ciertos elementos morales, y en eso Stoner sorprende. Los agresores de la historia, dos personas objetivamente malvadas, son una mujer y un discapacitado; la víctima de sus abusos, un hombre blanco heterosexual. Stoner es una novela tradicional, tal como me pareció Butcher’s Crossing, clásica, pero en la atmósfera moral y artística de estos últimos años, su propuesta, que se demuestra en la narración perfectamente válida, podría parecer transgresora. Una característica inesperada que este libro ha añadido a sus muchas virtudes.

Stoner (Baile del sol, 2015)
Stoner, 1965
Traducción: Antonio Díez
Tapa blanda. 246pp. 15 €

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