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Follar. La negligencia del jardinero
Gsús Bonilla
Tenerife: Baile del Sol
126 páginas. 12 €
Por Alberto García-Teresa
El último tramo de la poesía de Gsús Bonilla (Don Benito, Badajoz, 1971) ha sido englobado por el propio autor bajo el lema de “Cuadernos de un ecosicario” y el presente volumen constituye su tercer paso. Con su trabajo de jardinero como base o punto de partida, ese conjunto de libros entrecruzan los cuadernos de campo, los poemas de contemplación maravillada de la vegetación, la observación crítica del entorno, habilidad para jugar con los árboles como símbolos y alegorías, una mayor tensión léxica y, finalmente, una apertura en el criterio para la utilización de materiales. De ahí, por ejemplo, que este libro en concreto aporte multitud de collages reproducidos a color, cohesionados por los motivos vegetales y la fusión de mundos (los objetos cotidianos y las plantas o el afán taxonómico de los botánicos con del desborde de la realidad). Previamente, recordemos, su obra poética ha recorrido caminos de dicción clara, registro narrativo y anclaje biográfico, por un lado, u otros senderos de mayor exposición lírica a la vez que se adentraba en la pista de baile de la imaginería surrealista. En todo ese recorrido, sin embargo, la expresión del conflicto sociopolítico desde dentro, como parte de él, ha sido siempre el eje de su obra, así como un impulso antiautoritario y, especialmente en las últimas obras, de resistencia al reduccionismo utilitarista de la economía.
El título de Follar juega con la acepción de ese verbo de “formar o componer en hojas algo”, aunque no deje de tener un guiño provocador. Aquí los poemas avanzan con un ritmo poderoso, con una gran fuerza evocadora construida a base de imágenes y la verbalización de una tensión interna de quien ama la naturaleza pero debe podarla y constreñirla a las órdenes de la planificación humana. Frente a otros libros de esa serie de obras de ecopoemas, este volumen recoge piezas más centradas en el “yo”: explora las contradicciones, busca reafirmarse en un medio de tensión y de angustia ante el colapso ecológico, manifiesta sus sentimientos, plasma el proceso de escritura… El foco se desplaza, en ese sentido, del entorno a un yo embutido en ese medio natural y preocupado por la interacción con los seres vegetales. Ese entorno natural consta sin especificaciones. Aparece como una suma de pequeños elementos, sin que el sujeto se centre en la descripción de ninguna planta en singular. A su vez, de hecho, las únicas personas que figuran en estas piezas son esa primera persona y, de manera impersonal y difuminada, ocasionalmente alguna otra y, especialmente, un conjunto (señalado con un “vosotros” o “ellos”, escuetamente) donde se integran poderosos, mandatarios y gerentes de la economía, colocados todos en el otro lado de la barricada. Consigue, de esta manera, Gsús Bonilla una resonancia abstracta y general, con lo que se puede diluir la fuerza centrípeta de ese anclaje en el yo tan marcado.
El ciclo natural de siembra, crecimiento y muerte (provocada por el ser humano, no en vano) atraviesa buena parte de los poemas, y el propio trabajo de escritura se incorpora a esa dinámica al introducirse como un proceso de creación. Ese choque se resuelve siempre, tras haber sido plasmada la intensidad del contraste, con la apertura de una nueva secuencia de vida. De fondo, Gsús Bonilla aparta la centralidad del ser humano, sin infravalorar su tanática actuación, para mostrar la imparable potencia de la vida, más allá de nuestros parámetros. Solapa campos semánticos y áreas existenciales en los versos (la botánica, tareas humanas, sentimientos) tejiendo poemas bien construidos como piezas autónomas, sin flecos, con lo que obtiene textos que pudieran leerse, más allá de la metáfora o la sinestesia, en clave de collages: imágenes poderosas armadas con distintos elementos fusionados armónicamente. Así resuena, entonces, este sugerente poemario.