- John Williams
- Reseñas
Después de leer Stoner (1965), dos fuerzas opuestas pero de igual magnitud tironean del lector: la primera, el deseo de leer completo a John Williams. De algún modo, se presenta como la única forma posible de remediar un error que trae culpa. ¿Cómo es posible que semejante genio pasara desapercibido y recién lo descubriéramos ahora? ¿Y si nunca hubiera sido rescatado? La segunda fuerza, el miedo. Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver, dice la canción. En todo regreso acecha el peligro de la decepción. Es imposible otra cima como la de Stoner, y es injusto también esperarla para Solo la noche, la primera novela de Williams, que Fiordo acaba de editar por primera vez en castellano, más de setenta años después de su publicación original. Basta con reconocer aquí, como dice el paratexto de la tapa, “un atisbo temprano de genio”.
Solo la noche cuenta la vida de Arthur Maxley, compuesta de tragos, libros y recuerdos. Sobre todo de recuerdos. Muy al pasar se nos dice que su memoria evoca el invierno de Boston y la magnífica solemnidad del campus de la universidad. Hasta que recibe una carta de su padre y entendemos entonces que los recuerdos que incomodan están vinculados a él y a algo que pasó con su madre.
Por qué debe volver a eso, se pregunta Arthur. Hace tres años que no ve a su padre, la carta que recibió tiene el tono y las maneras de una carta empresarial que busca concertar una cita y cerrar un negocio. Su padre podría haberlo llamado, en lugar de escribirle. Eso es lo primero que piensa Arthur, incómodo. Enfrentar a su padre se convierte a la vez en deber y anhelo. Los personajes de Williams nunca se resisten al dolor que les toca.
Con su pátina de tristeza y de nostalgia, John Williams siempre conmueve. No hay otra posibilidad que leerlo con el gesto adusto, atravesados por la pena. Esa es una de las formas más interesantes que toma la belleza. Lo bello y lo triste. Mientras Arthur Maxley escapa de sus recuerdos, y de la vida, leemos: “Se fuga interminablemente, sin cesar, sin poder nunca escapar. Ha esperado el paso de los años mientras crecía su calvicie y su esqueleto se debilitaba y se le enfriaba la sangre y las arrugas de los ojos se volvían más profundas”. O también: “El tiempo se aceleró. Arthur se encontró embotado y mudo, era como una roca inmóvil en una corriente turbulenta”.
Y entonces, quizás, en Solo la noche haya más que un atisbo temprano de genio. Porque es posible ver aquí la misma magia verbal que en Stoner. El material con el que trabaja Williams es el mismo, porque el material de Williams son las palabras, frágiles y peligrosas.
En un momento Arthur y Claire, una mujer que conoció en un bar, se van juntos en taxi. Ella dice: “Aquí estamos”. Solo eso, para llenar el vacío. Leemos: “El taxista había dicho lo mismo. Sin embargo, en labios diferentes el significado se intensificaba y potenciaba, transformado y elocuente”.
De eso se trata. Las palabras que todos conocemos suenan distintas cuando las escribe John Williams. Adquieren otro relieve, otro filo. Antes dijimos tristeza. Nos corregimos: la palabra que buscamos es compasión. Los personajes de Williams nos mueven a la compasión.
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