- Miguel A, Zapata
- Reseñas
Juan Gaitán/La Opinión de Málaga
Supongamos que existe el Purgatorio, supongamos también que es un lugar intermedio entre el cielo y el suelo donde se encuentra uno con la realidad de su propia soledad (todos estamos siempre solos, pero nos negamos a querer verlo, a aceptarlo, a asumirlo) como un modo de expiación, de conocimiento, de búsqueda también, hasta alcanzar un cierto grado de calma. Acaso ese sitio, que ha aparecido con cierta frecuencia en la literatura, sea la ermita donde Miguel Ángel Zapata sitúa su reciente novela, ‘Poética del Ermitaño’ (la primera entrega de un proyecto narrativo que el autor llama ‘Galería de insulares’ y que promete próximas entregas). Al menos, es lo que me sugiere cuando abordo la lectura de esta novela, no muy extensa en páginas pero densísima en su carga literaria, en su fondo argumental, así como brillante en el lirismo del lenguaje y también en la asunción de ciertos riesgos narrativos.
Pongámonos en situación. La novela es una suerte de biografía de un personaje, un hombre (un eremita para explicar el mundo, este mundo donde abunda la soledad, el vacío) que ha ocupado una ermita abandonada que se encuentra sobre un acantilado. Abajo, un pueblo innominado: «El acantilado -¿puedes verlo?- cae al vacío desesperada, eternamente, como se desploman los suicidas, los meteoros, las noticias terribles». Así comienza la novela. En ese «eternamente» ya parece asomarse esa condición «purgatorial», del lugar. Porque a uno le da por pensar que si existiera el Purgatorio acaso sería exactamente eso, un lugar donde uno cae al vacío eternamente. «El hombre que vive en la casa o la ermita al borde del acantilado se llama Don. No es inglés, ni norteamericano, no es un diminutivo ni el apelativo cariñoso de Donald. Es Don, a secas». Y unas líneas más abajo: «El pueblo al pie del acantilado se tiende perezoso desde el borde de la playa hasta el límite de la carretera comarcal (…) Observándolo a cierta distancia, el pueblo parece mirar allá arriba, a la cima del acantilado, a la casa de Don».
A partir de ahí, de esas líneas marcadas en la primera página de la novela (que es donde de verdad se escribe una novela, el resto es o debe ser un desarrollo de esas primeras líneas, una suerte de nota al pie de página más o menos extensa), Miguel Ángel Zapata despliega su talento de narrador, su capacidad de llevar la novela (desgranándola sin prisas) a niveles de gran literatura, meciendo un argumento que atraviesa de pensamiento profundo, de reflexiones sobre la vida y la sociedad actual, y planteando además una serie de personajes fantasmales (abiertamente algunos, como el espectro del niño decapitado que se aparece en cualquier lugar para hablar con Don; menos definidos otros, pero igualmente quiméricos como la «niña loca» y sus extrañas visitas), una galería de personajes, decimos, inverosímiles, que sin embargo se alzan potentes y viven gracias a la palabra, a la capacidad que tiene la literatura, la creación artística, para dar vida.
No se suele salir incólume de la lectura de una novela de Miguel Ángel Zapata, que tiene la facultad de convertir sus obras en certeros artefactos de hacer pensar. Se replantea uno muchas cosas con las novelas de Zapata, que es por derecho propio uno de los más talentosos narradores de su generación.
Decíamos antes que Zapata asume ciertos riesgos narrativos. Uno de ellos es el uso del lenguaje, que está impregnado de un premeditado y profundo lirismo que dota de brillantez a la obra. Es importantísimo y muy de agradecer que se deje de lado la gramática parda habitual y los escritores asuman la osadía de escribir con belleza. Pero acaso el riesgo más importante que toma el autor sea la ruptura de la cuarta pared narrativa dirigiéndose al lector, interpelándolo directamente y poniendo en duda la imagen del narrador omnisciente, tan superada ya, tan antigua: «Mientras Don trabaja en su talla, piensa en -no podemos saber lo que piensa nadie, eso es así, pero en esta ocasión su cráneo se abre como un cofre que contiene un escenario teatral abandonado hace décadas, el telón arriba y dos personajes, dos réplicas miniadas representando una tragedia en un solo acto para quien quiera asomarse y contemplar- su madre, piensa en que su madre quiso matarlo».
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‘Poética del ermitaño’ es, finalmente, una novela, como también se ha dicho, no muy extensa, lo que permite (es muy recomendable) su lectura vehemente, casi de una tacada, sumergiéndose en ella con la actitud de un buzo, hasta agotar el oxígeno. No se sale defraudado.

Poética del ermitaño
Autor: Miguel Ángel Zapata
Editorial: Baile del sol
Páginas: 190
Precio: 15,60 €