- Martín Latorre / Eladio Orta
- Reseñas
Estoy en medio de la lectura de “Los poetas cuando se emborrachan parecen una familia“, de Martín Latorre (detective poetico) y un habitual de este blog: Eladio Orta, una voz –lo he comentado unas cuantas veces– admirable en su radicalidad expresiva, construida no desde la pose, sino desde una posición consciente y del uso inteligente y creativo del dialecto, como lenguaje en las afueras de los territorios de la Autoridad, para quebrar los discursos de poder. No se pierdan, si les es posible, su “Sincronía del solejero“, o su La isla de las retamas. Esta lectura que me ha disparado la máquina del tiempo (ah, la vieja cabina azul) y me ha lanzado de cabeza nada menos que a 2004, a un intenso mes de julio en Moguer.
“Los poetas cuando se emborrachan parecen una familia” es una crónica / anticrónica de aquellos encuentros que durante muchos años (aún hoy en el caso de “Voces del Extremo“) se celebraban en Moguer (Voces…) y Ayamonte (Edita), en los que se invitaba a poetas y a editores de poesía (lo que en más de una ocasión suele venir a coincidir en las mismas personas) de la periferia estética, que en España suele coincidir, otra coincidencia más, con la geográfica. Cuatro o cinco días de encuentros, conversaciones, lecturas, largas y ruidosas noches, con sus silenciosas mañanas bajo la fogalera del julio andaluz.
Yo fui invitado en 2004, les decía, por Antonio Orihuela, junto con Orta alma corazón y vida del proyecto, cuando estaba empezando a asomar el hocico tras unos cuantos años de silencio centrados en el trabajo, la paternidad y la escritura callada. Acababa de empezar con este blog, y, en ese momento, ser invitado a este encuentro fue un taponazo. La experiencia sobre la marcha, quedó recogida en esta entrada en el viejo blog, y de ahí, a impulso de Orta, acabó saliendo la edición de Tatuajes en otra tinta azul, que resultó ser la primera de mis publicaciones con sellos peninsulares. Gente que conocí y me impactaron en aquellos días (como el poeta piloto Daniel Macías, o Eva Vaz) no he tenido la oportunidad de volver a encontrármela, el hecho insular condiciona.
Si me preguntan por como este tipo de eventos se organizaban, les remito a la crónica/anticrónica de Latorre/Orta: básicamente sobre las espaldas generosas (y muy pacientes, yo, descubrí, tengo bastante más mala leche) de Orihuela & Orta, porque allí recalaban poetas de pelajes estéticos y personales muy variados. Orihuela sabrá cuantas cuentas habrá tenido que cubrir ante la airada, a la vez que en el fondo satisfecha, hostelería moguerense. Resultaría muy injusto acusar de sectarios a aquellos encuentros porque aspirasen a tener una línea de confrontación con la ética/estética oficiales. Cabría decir que casi cualquier persona que quisiera acudir, leer sus poemas y hablar de poesía + lo que tocase, era bienvenida. La mera idea de “escuela” o de “jerarquías” en el ámbito de la poético, creo que habría provocado un ictus a sus promotores.
Si alguien quiere acceder a una guía disparatada al mismo tiempo que tal vez muy ajustada, de aquellos momentos de ebullición poética en uno de los extremos de la península ibérica, “Los poetas cuando…“, de alguna manera, le puede orientar, aunque es muy probable, me pasa a mí que tengo algunas pistas, que se pierda en las referencias expresas y las no tan expresas a autoras y autores (y otros personajes y demarcaciones) que no consiga controlar. Da igual, cuando Eladio/Martín arrancan y dicen cosas como…
“Para ser diferente hay que tener tantas agallas como resistencia, hay que tener un fuego dentro que , aunque no lo sientas arder, quienes se arrimen a ti noten que la piel les arde (…) Y de ti ¿quieres saber lo que pienso?, que eres una especie de carroña literaria que se alimenta de los amigos y alrededores. Y quien se arrime a tu puto ego lo más probable es que termine en la mesa de operaciones de alguna clínica clandestina. Eres una eminencia psicoanalista Rocky, dice en voz queda Eladio Orta”
“Los poetas y demás fenómenos artísticos del aire llevan las antenas siempre alerta y al mínimo descuido te chupan la sangre sin ningún tipo de miramientos. Y encima te exigen que los adores y los veneres y los cuides.”
“La poesía es para desbaratados mentales. Una persona normal no lee poesía. Bastante tiene con el trabajo y las novelas policiacas, o con la casa y las telenovelas, ¡como para leer poesía! Poesía solo leen los grillados, como almas en pena desbaratacerebros. Escribir, no digamos. Escribir solo escriben los anormales totales.”
“Hasta para cortar un poema por la mitad hay que tener intuición, dijo Amin Gaver. (…) para que en un poema anide el resplandor, el verso tiene que brotar de lo hondo de la cueva, de la oscuridad de la sombra, de los lavaderos del fango en la escurría de la nada… Un poema cortado por la mitad es la intersección entre la vida y la muerte”
“Entre los poetas pulula el resentimiento y la envidia solapada a la par. Supongo que como en todo gremio donde los egos se aturrullan por ocupar un espacio o agrandar el ridiculum vitae. Pero desgraciadamente entre los poetas también se masca la inquina al manosear las publicaciones ajenas, incluso entre los poetas de la misma cuerda. En vez de alegrarse de que se abra la veda de una nueva editorial y el próximo en publicar pueda ser él, crece el puto individualismo de ver quien llega primero al pudridero. Eso he observado en mis años de investigación e informes clandestinos.”
… uno sabe que se va a divertir. La escritura de Orta/Latorre tiene ese tipo de cadencia semihipnótica que te hace seguir con la lectura aunque sea posible que lo que te estén contando te interese una mierda, o no entiendas la mitad. Da igual. Como cierra cada capítulo, “Esto sigue mañana”.
Cabría preguntarse cómo han crecido o envejecido muchas de las voces que han tenido en aquellos encuentros un espacio de comunidad y resonancia. Como sucede con casi todo, es posible que en su mayor parte mal, pero los destellos, los fogonazos que ahí surgian, de una luminosidad alternativa a la luz de quirófano que acompañan la cotidianeidad de tantas personas, merecen la pena. Y si no fuese así, si sólo fueran efectos ópticos, trampas para los oídos dañados por el ruido ambiente, nos quedarían Latorre y Orta para demostrarnos que sí, que sí, que hay pepitas de oro en el descampado, antes de que vengan los diseccionadores con sus bisturíes universitarios a contarnos el cuento de otra manera.