‘La muerte del Pinflói’, la muerte de una generación perdida

Por Francisco Rodríguez Criado/NARRATIVA BREVE

El libro rescata de otra de las novelas del autor, El verano del endocrino, a ese curioso investigador aficionado, surgido como de la nada, que ha aterrizado en la comarca araciana para poner un poco de emoción a las vidas de sus habitantes, desfaciendo entuertos, o, si se prefiere, resolviendo misterios.

Y el misterio que ha de resolver el Endocrino en estas páginas, contra la oposición del prosaico sargento Blázquez, que no está dispuesto a permitir que amateurs con ínfulas intelectuales se entremetan en sus asuntos, es la muerte de un hombre de la zona, un yonki al que todos conocen como Pinflói porque era devoto del famoso grupo de rock londinense Pink Floyd. La certificación médica de que Pinflói ha muerto de un infarto de miocardio no convence a nuestro Sherlock Holmes particular, así que, echando mano de Constante, compañero de fatigas, una suerte de Watson armado de mucha paciencia y coche, decide, cómo no, investigar el caso.

Mientras leía la novela recordé la famosa sentencia del escritor argentino Ricardo Piglia: “Un cuento siempre cuenta dos historias”. Si esto fuera cierto, ¿no podría ser igualmente cierto que en todo personaje literario hay al menos dos personajes?

Escribo esto porque, conforme avanzaba en la lectura de La muerte del Pinflói, me percaté de que el personaje principal recibía diversos tratamientos, según el punto de vista de su madre (un hijo bueno y amoroso), de su hermano (un amoral sin escrúpulos capaz de robar a su propia familia), de los colegas (alguien como ellos), de sus terapeutas (con buen corazón pero con poca fuerza de voluntad)… La novela no gira, pues, solo en torno al Pinflói, sino también a Paulino Gómez Garrido, que era su verdadero nombre.

Cada lector es un mundo, y cada cual hace sus propias interpretaciones de los libros que pasan por sus manos. Y a mí me ha parecido, al contrario de lo que tal vez sea la impresión general, que La muerte del Pinflói no es la resolución de un caso de asesinato –si acaso hubiera tal, algo que no quiero desvelar para no hacer spoiler–, sino que es más bien el estudio vital y psicológico del personaje asesinado. Es decir, a la larga no resulta tan importante relatar cómo fue la muerte del Pinflói, sino cómo fue su vida.

Y si acaso yo pudiera estar equivocado, es mejor “escuchar” al propio autor, que así se expresa en boca de Constante, el narrador watsoniano, en la página 77:

“Me acordé entonces de lo que había dicho Juanín de que un hombre puede llegar a ser muchos hombres, pero también de las palabras del Endocrino de que al final no somos más que la suma de lo que los demás y nosotros mismos contamos acerca de quiénes somos, y pensé que eso que llamamos identidad probablemente no existiera, y que, de existir, era poco menos que imposible de alcanzar, pues resultaba más fácil descubrir, como en nuestro caso, las cusas de la muerte de un individuo que averiguar algo en apariencia tan sencillo como quién era”.

Crecido ante esta confirmación, me atrevería a decir que el verdadero valor de esta novela no está en la investigación de la muerte del Pinflói, ni siquiera en el estudio de su personalidad, tal como yo sugería antes. La muerte del Pinflói, creo, es una novela sobre una generación perdida, esa generación de jóvenes del norte de Extremadura (años 80 y 90 del pasado siglo) que, tras la dictadura franquista, encontraron nuevas perspectivas de libertad en un entorno rural limitado, agostado por la tradición y la falta de oportunidades laborales, un mundo que en las citadas décadas comenzó a cambiar de aires, a desperezarse aprovechando la relajación de ciertas costumbres, la flexibilidad  sexual, la irrupción de la música rock… Perspectivas de libertad que, en no pocos casos, devinieron auténticas cadenas que se cobraron  la vida de muchos jóvenes, y no tan jóvenes (el propio Pinflói murió con 48 años), que se lanzaron sin paracaídas al mundo de las drogas.

Y regresando al texto, el Pinflói, o Paulino, era, según un personaje secundario de la novela, “el superviviente de una generación perdida, muerta por la adicción a la heroína, la imagen disecada de un tiempo en el que todos éramos más puros, más inocentes, en la que nos creíamos de verdad que las cosas podían llegar a ser de otra manera” (pp. 126,127).

Novela negra rural, novela de personaje, un relato de una generación perdida… El lector decide. De un modo u otro, La muerte del Pinflói es una buena oportunidad de disfrutar de un Juan Ramón Santos tan detectivesco como existencialista, un escritor predestinado a dar vida ficcional, mediante acertadas simulaciones literarias, a la hermosa y castigada comunidad que nos vio nacer. Un escritor –vuelvo a Piglia– capaz de contar dos historias en una.

https://narrativabreve.com/2022/05/la-muerte-del-pinfloi-novela.html

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