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- Lena Yau
- Reseñas
Hablo con B. Me dice que lo que más extraña de esa tierra lejana que compartimos es la comida. Hace poco tiempo que está aquí. Yo llevo más tiempo. Le digo que me ha pasado lo mismo. Y que a veces me pasa. Nuestro vínculo con la comida es estrechísimo. No lo reconocemos hasta que no lo pensamos. Y en la parte superficial de la migración, la comida ocupa un lugar importante. Dejamos de comer ciertas cosas. Adquirimos nuevos hábitos según las posibilidades de nuestro nuevo entorno. Descubrimos sabores que ni sabíamos que existían. Vivir es mutar. Y pararnos desde la otra orilla es asumir esa pérdida, pero también abrazar el presente con luz. «Para comenzar tuve que encontrar mi nombre». Así comienza Hormigas en la lengua de Lena Yau (Baile del Sol), una novela insólita en la que convergen numerosos géneros y donde encontramos una reflexión potente entre herencia gastronómica y patologías. Un libro fascinante.
Una novela insólita en la que convergen numerosos géneros.
«Chanita no se volvió loca por gusto. Se volvió loca por lista». En Hormigas en la lengua encontramos a una serie de personajes a quienes la vida ha puesto en un lugar de incomodidad, donde la realidad es una árida sensación en el cuerpo, que se transmite a la lengua, la lengua que muta con la migración, la lengua que se puebla de palabras nuevas, la lengua que olvida. Es una novela donde múltiples voces escarban en su herencia para encontrarse, para intentar sobrevivir a la herida de la pérdida. «Vamos a empezar por el nombre porque el nombre es la historia». Pino Chica, Douglis, Jordi, Lena, B. En esta novela los nombres, como los viajes, como los alimentos son importantes. Recorrer nuestra historia a través de ellos, y de las recetas, es una buenísima forma de reconocernos.
Somos lo que comemos, se suele decir. Y esto es mucho más que una frase. Un rastro de hormigas en nuestra historia con las recetas disfrutadas, con las que poblaban nuestra infancia, que se cruzan con el lenguaje. La lengua perdida. Las palabras de las personas que ya no volveremos a ver. Las comidas de las madres muertas. Los espejos donde ya no cabemos. Todo eso cabe en este libro extraordinario, donde Lena sin sensiblería construye un mapa de migrantes que intentan encontrarse recuperando algo de todo aquello del pasado. La experiencia de la extranjería se parece en eso al duelo: un período de negación, un período de desconexión y luego la necesidad de armar ese rompecabezas que es nuestra identidad. Y hay que empezar por el nombre. Porque el nombre es la historia, dice Yau.
Una de las cosas más interesantes de este libro es el entramado ficcional. Lena Yau construye ficción en tiempo real, se abalanza sobre los límites materiales de la realidad para construir vida en el espacio virtual. Ficción en tiempo real, como la que construyen dos desconocidos en el chat o en los comentarios de un blog. Dos extraños que dejarán de serlo cuando el lenguaje permita construir un espacio de intimidad, de complicidad. Dos personajes, ¿escondidos o visibles? ¿En qué espacio somos más reales, más nosotros mismos? El espacio virtual que se construye como el mundo de los sueños, como una tercera posibilidad vital, otro plano en el que también los acontecimientos y las palabras se concatenan, donde el yo también evoluciona. «Este ámbito es un país en sí mismo. Sus fronteras son líquidas y nos separan, nos retienen, nos alejan, nos atrapan». ¿No es nuestro mundo extranjero, nuestra casa cuando cerramos la puerta de nuestra casa material como ese mundo virtual, donde la memoria de países que no rozan éste, de alimentos que no volveremos a probar, de músicas que habitan en lo más hondo de nuestra memoria, crean un segundo espacio, entre nuestro mundo onírico y el mundo material que nos rodea? Ésta es la pregunta que cabe al leer esta fascinante novela.
¿En qué espacio somos más reales, más nosotros mismos?
Somos lo que comemos. Y a veces trazamos con los alimentos una relación patológica, como la que hemos aprendido de nuestros padres. «Puede que estés construyendo tu seguridad, tu piso, con desayunos, almuerzos, cenas y agujas de reloj». Con muchísimo ingenio, Lena Yau plantea interrogantes en torno a las patologías derivadas de la alimentación. La ingesta como un mecanismo de autodestrucción o de recuperación o de negación. La comida en estrecho vínculo con el lenguaje. La lengua adormecida... «Por más que regulo mi ingesta, la palabra, que es terca y puñetera, se empeña en joderme la existencia».
La trama de la novela tiene lugar en los bordes de las historias. La historia que importa, la de los nombres, es la que pasa desapercibida, pero es la que nos permite ahondar en el sentido del libro y en la verdadera identidad de los personajes. Una «historia paralela que se hace de tus desechos y los míos» y que nos permite indagar en nuestra propia identidad, subterfugia, adormecida por la extrañeza para llegar a entender esa realidad amorosa que nos permite cierto contacto con el mundo no material, donde el amor «vive para dos fantasmagorías».
«Un secreto o una receta no habitan clausuras sino cielos». En la escritura de Lena Yau la comida es fundamental y se cruza constantemente con el lenguaje, ampliándolo. Las recetas, los secretos del buen guisar, lo que no debe faltar en esos alimentos que sirven para volver a casa. Todo eso aparece aquí desde un lugar de escritura permanente, y pone en valor lo literario en cuanto a que vuelve tangible el lenguaje. Porque escribir parece eso para la autora: indagar en el yo perdido de la infancia y sustraer de él la relación honda con lo que nos alimenta para entender que en el presente está lleno de posibilidades y que «el horizonte es una línea para comenzar a escribir». Que nadie se pierda esta novela hermosa, compleja y transgresora. Y me gustaría decirle a B. que va a pasar, que un día no recordará esos alimentos que echa de menos, pero sería mentirle. Buscá la forma de reconducir las recetas, de componerlas con lo que tengas a mano. No olvidar sino recomponer, ahí está el secreto para relacionarnos amorosamente con la extrañeza. En esta novela podemos aprenderlo. Gracias, Lena.