“El testamento de Cervantes”, de Elena Prado-Mas

Elena Prado-Más (Madrid, 1975) ha estudiado Filología Hispánica en la Universidad Complutense de Madrid y en la Scuola Normale Superiore de Pisa, Italia. Desde el año 2002 es profesora de Lengua y Literatura en la enseñanza secundaria pública de la Comunidad de Madrid. En 2016 ha publicado su primer libro, Cuentos mitológicos y otros relatos. Otro volumen suyo de relatos, Nueve cuentos republicanos, fue finalista en 2022 del premio Setenil. Prado-Mas es asimismo autora de una novela histórica publicada en 2019 y ambientada en los últimos años de la Florida española: La isla de Amelia.
Desde el prólogo de El testamento de Cervantes, su autora (Prado-Mas decide «autoprologarse ») hace un extenso elogio de la ciudad que la ha visto nacer, crecer, estudiar y convertirse en escritora: Madrid. Son páginas de encendido amor a la Villa y Corte que gustarán a los lectores de LA GATERA DE LA VILLA, y que llevan de cabeza a devorar los nueve cuentos que las siguen, cuentos estos ambientados en diferentes épocas y zonas madrileñas.
Cinco relatos, excelentes, de El testamento de Cervantes llevan la palabra «terror» como anticipo.
Pero Elena Prado-Mas descarta cualquier asomo de susto barato prefiriendo armar sólidas atmósferas, cada vez más cerradas sobre sí mismas y desde las cuales sus protagonistas experimentan angustiosas experiencias que obligan, forzándolos al límite, a tomar drásticas decisiones... pero estas se suelen ver abortadas por un destino inclemente (al que no es ajena la magia).
En «El Lego» Emma descubre un Lego cuyas figuras humanas reproducen el vestuario y el físico de ella, el de su marido y el de sus hijos mellizos. Barrunta que, quizá, una foto que colgó en Facebook sea la que haya servido de modelo. Recurre entonces a un abogado para que se ponga en contacto con la juguetería danesa. La respuesta de una diseñadora abre nuevos y turbadores cauces de preocupación.
«La capilla de San Isidro» muestra a un profesor de la ESO, cómodamente instalado en su despacho, corrigiendo exámenes, con el miserere que ensaya un coro como fondo musical. Este docente se lleva la sorpresa de su vida cuando descubre cómo las respuestas a una misma pregunta sobre un texto de Bécquer atañen, sin excepción, a circunstancias de su vida que, hasta ahora, solo él creía conocer.
En «El interfono» el aparato que comunica el dormitorio de una madre con el de su hijo emite señales de alerta. Al ir en innumerables ocasiones a comprobar qué sucede, ella encuentra al pequeño siempre dormido, plácido.
La intranquilidad en esta realista narración de un caso poltergeist (Prado-Mas recurre a la primera persona por única vez en su libro) progresa a la par que la mujer va descartando lugares de dónde puedan proceder tales sonidos.
«La piscina» cuenta cómo un informático se ejercita desde hace años en una piscina. Por motivo de unas obras debe acudir a otra. En la nueva, de agua fría y con doce metros de profundidad, nada inquieto. Temores de infancia pródigos en grutas abisales lo visitan en sueños y él, por las mañanas, hace sus largos temiendo que ahí abajo habite un monstruo.
Y en «La cumbre de la OTAN» una fotógrafa acude al Museo del Prado para cubrir una cena de gala. En el baño, Pilar conversa con la mujer del presidente de un pequeño país que habla español por haber residido en Madrid. En la despedida confiesa a la reportera que dejará a su marido antes del ágape. Avisada, Pilar ve cómo un secretario entrega una nota al mandatario.
De los cuatro relatos restantes de El testamento de Cervantes tres –asimismo, magníficos– refieren otras tantas historias que tienen como marco el desconfinamiento que se vivió en Madrid cuando la pandemia de Covid-19 decrecía en número de víctimas.
«Arco iris circular» se sitúa en mayo de 2020, cuando las condiciones del confinamiento empezaban su relajo. Marta da su permitido paseo por el Jardín Botánico y ve un arco iris que rara vez se observa con semejante nitidez. Recuerda entonces cómo un profesor, Miguel, al que sus alumnas adoraban, prometió invitarlas a la terraza de su casa cuando hubiera un arco iris circular.
En «La Cuesta de Moyano» personas de toda condición se apiñan frente a las cerradas casetas de libros. Los une cierta ansiedad y la felicidad por encontrarse al aire libre. Cuidadoras latinas con niños, grupos de WhatsApp, parejas que charlan, un perro que olisquea residuos... Del grupal retrato sobresale esa negacionista que explica sin rubor cómo no piensa vacunarse.
Y en «Junta de evaluación» descubrimos a Javier, quien asiste desde su casa a una reunión telemática del claustro del centro donde imparte clases. En esa junta aparece, de forma inesperada y en un recuadro de la pantalla del ordenador, una mujer que lo enamoró y de la que él lleva quince años sin saber. La sorpresa de la pareja reencontrada provoca embarazosas reacciones entre ellos y también en los demás profesores.
Por Madrid oculto, maravilloso libro de Marco y Peter Besas reseñado para el número 51 de LA GATERA DE LA VILLA, nos enteramos de cómo el inmueble original donde vivió y murió Cervantes se subastó públicamente a comienzos del siglo XIX. Adquirido por un empresario, Luis Franco, tenía este intención de demolerlo para construir sobre su solar uno de nueva planta y venderlo. La noticia llega a Ramón Mesonero Romanos, que en aquella época es ya un escritor consagrado y, también, activo defensor de las tradiciones y legado histórico de Madrid. Mesonero se reúne con el rey Fernando VII para informarle del ultraje cultural que está a punto de materializarse. En apariencia sensible a las quejas de don Ramón, el rey lo tranquiliza y autoriza para que compre la casa y la convierta en un «establecimiento literario». Pero Franco, un ignorante que confunde a Cervantes con don Quijote (pensaba que era el  personaje de ficción quien vivió en esa casa, ahora en su poder), se niega con rotundidad a vender. Pese a los esfuerzos en contrario de Mesonero Romanos el edificio es finalmente derrumbado. Varios años después, en 1834, Mesonero consigue que, al menos, se coloque una placa en el portal para recordar cómo en el antiguo inmueble vivió y murió Miguel de Cervantes. La ocasión se aprovecha para el cambio de nombre de la calle, que pasa de llamarse Francos a Cervantes.
En el portal número 2 la inscripción de la placa es la siguiente:
Aquí vivió y murió
Miguel de Cervantes Saavedra
cuyo ingenio admira el mundo.
Falleció en MDCXVI.
El lugar exacto donde descansaban los restos de Cervantes fue una incógnita durante 400 años. Se tenía la certeza de que había sido enterrado bajo el Convento de San Ildefonso de las Trinitarias Descalzas (calle Lope de Vega, 18), pero, con el paso del tiempo, se olvida el lugar preciso. En 2015, gracias a un radar de penetración terrestre, se logra dar con el lugar exacto donde están los restos del inmortal escritor. Ahora reposan, dentro de la iglesia del Convento, en una sencilla tumba con lápida.
Una curiosa incoherencia del barrio de las Letras es que el lugar donde fue enterrado Cervantes esté en la calle Lope de Vega, mientras que la casa donde vivió Lope de Vega (ahora un museo cuya visita podemos recomendar) se ubique en la calle de Cervantes, concretamente en su portal 11.

La Gatera de la Villa nº 54. Historia y patrimonio de Madrid. | PDF

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