EL TESTAMENTO DE CERVANTES, DE ELENA PRADO MAS

José Aurelio Martín. DIAGRAMA DE VENN

Madrid,
en cuanto oculta, en cuanto ofrece, copa es de Apolo, huerto de Atenea

Madrid es facha, madrid es hostil, Madrid es una ciudad invivible (pero insustituible, decía Sabina), Madrid puede ser lo que quieras pero lo que seguro es Madrid es una ciudad literaria, y eso no se lo quita nadie, ni Ayuso, ni los cayetanos de Serrano, voxciferantes y memoriosos (no olvidan que ganaron la guerra cuya cicatriz insisten en no cerrar). Elena Prado, amante de Madrid y labradora paciente de la literatura (saca libro al ritmo lento de las cosechas, con sus barbechos correspondientes), ha elegido esta ciudad como territorio literario en el que cultivar las simientes que otros (somos deudores de un pasado) ya transitaron y quienes a fuerza de modernidad y a fuerza de no estudiarlos, estamos dejando en el carril del olvido.

El texto está entramado de varios relatos que tejen un conjunto con sentido, iluminado por dos textos, uno que inicia el libro, el prólogo firmado por la autora, y otro, el más largo relato, que da título al libro, El testamento de Cervantes. Ambos emparedan ocho relatos con distintos rumbos narrativos, actuales y pasados, todos sólidos en el contar, con personajes, trama, intención  y un espacio, que es lo que necesita un narrador para contar cosas. Eso y un lugar desde el que contar: una mirada, una perspectiva, que es quizá lo más interesante de una buena historia. En los relatos de Elena, hay un intento de practicar el terror a la decimonónica manera, con el arma valiosa de la sugestión y la ambientación que, según la autora, solo ha conseguido Bécquer en nuestra lengua. La inquietud ya está servida en el primer relato, El lego, y luego profundiza en esas zonas oscuras, en la sombras (El interfono) hasta la trasposición sorprendente de una leyenda clásica de Bécquer en La capilla de San Isidro

En ese camino de la inquietud y el desasosiego se sitúa el relato La piscina, tan sugerente y sugestivo, en el que la situación, y sobre todo el estilo, es el que desata toda su fuerza oscura: 

Esa noche, en los minutos que preceden al sueño, recordó la tarde de su infancia en la que murió su abuela. Como un pecio en el fondo del mar descansaba ese recuerdo, casi muerto de tan dormido, enarenado, mecido por algas que se mueven al dulce son de las corriente subterráneas, imperceptibles en la superficie, fatales.

Algunos relatos tienen como marco la pandemia, el desconfinamiento y toda la ferralla de discusiones que generó, como el tema de las vacunas. La autora aprovecha para ilustrar (siempre le guía un pensamiento ilustrado) lo pernicioso de algunas opiniones sobre las vacunas que entonces se dieron y que hoy, los mismos antivacunas, vociferan a favor de la libertad (olvidando la justicia social) y en contra de la ciencia (terraplanistas y “anti-elite”). Carlos, uno de los personajes del relato  La cuesta de Moyano, dice a Candela, furibunda antivacunas (o sea, feroz individua):

Lo natural está muy lejos de ser lo bueno en todo los casos.  Un cáncer es un proceso natural; no lo es, en cambio, una quimioterapia, pero salva vidas. 

-Quimioterapia es igual a veneno. El fracaso de la medicina.

El libro se cierra con el relato que da nombre al conjunto, El testamento de Cervantes, embrión de una novela de época, del XIX, momento que la autora conoce, de la que proceden sus escritores favoritos (Galdós, la Bazán) y en la que se mueve como pez en el agua. No se conoce el testamento de Cervantes, y sobre eso pivota el relato en época del rey ominoso, Fernando VII, en el que un criado muy listo y sensible, una mujerona de copete y un rico tierno salvan el derribo seguro de la casa de Cervantes que los funcionarios de la corte, con la inhibición del rey felón, pretenden hacer con la que fue morada de nuestro genio y pope de las letras. En las mismas estamos con la casa de Velintonia del poeta Aleixandre, abandonada por las administraciones,  o la casa de Aute, en este caso ya demolida. No hemos cambiado mucho, la cultura y los cultivadores han sido legendariamente abandonados en este país, y eso le da un sello a nuestra cultura, indudablemente, pero también produce una culpabilidad cómplice. En fin. El caso es que, como dice Elena en el prólogo, Madrid tiene un privilegio que ninguna ciudad tiene:

Entre olores a pigmentos y metal, una imprenta madrileña entintó por primera vez “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme” y arrojó al mundo al caballero y al escudero más grande que vieron, ni verán, los siglos. Aquí exhaló Cervantes su último aliento, que al secarla fijó la tinta para siempre.

Y me dejo para el final el prólogo, que he leído muchas veces y con el que no puedo contener la emoción, ni quiero. Elena tiene una prosa muy luminosa para el ensayo, estoy seguro, género que no ha transitado como la narrativa. Debería lanzarse al ensayo, a la prosa de reflexión, porque a su iluminación (dieciochesca) fundiría una intensa emoción (posromántica, a lo Bécquer, contenida, como Machado). Del prólogo destaco su amor por la luz en Madrid, a la que dedica toda la sensibilidad y de la que arranca el acorde poético, fundiéndola con el olor a comida (y sabor) de los patios de las casas de Madrid:

Es habitual que en los pisos madrileños haya más luz en invierno que en verano. Desde marzo, los brotes de los plátanos de sombra van obstaculizando los rayos del Sol hasta que, ya convertidos en hojas, los frenan y como un toldo protegen del calor los balcones de Madrid, balcones que recogen, a veces sin quererlo, olores nada deleitables, mientras que al fondo de las casas, por las ventanas que dan a los patios, se expanden aromas a comida gallega, catalana, andaluza, ecuatoriana, francesa, marroquí, italiana, china, manchega y rumana, que conviven y se funden con los olores y sabores de otras mil latitudes, todas madrileñas.

El prólogo me ha servido, como el libro, para reconciliarme con una ciudad que es la mía (uno es de donde pasa su infancia y su juventud) pero que cada vez la siento más lejana y en el recinto (ficticio) que crea la nostalgia. Gracias a la autora, además de escribir el libro, de permitir reconciliarme un poco con una ciudad que un día soñé, gracias a Valle, a Galdós y a Umbral, como infinita.

(El libro no empieza en el prólogo, empieza antes, en la página siete, en la dedicatoria; no pasen página sin pensar el infinito que atesoran un puñado de palabras).

https://diagramadevennblog.wordpress.com/2024/07/06/el-testamento-de-cervantes-de-elena-prado-mas/

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