Ana Pérez Cañamares sobre el libro FOLLAR, de Gsús Bonilla

Gsús Bonilla se define a sí mismo como jardinero y poeta. Por este orden.

 

Yo me pregunto, leyéndole y escuchándole, dónde empieza el jardinero y acaba el poeta

y viceversa. Pienso que probablemente ambas cosas están ya fundidas en la persona y la

obra. Sus textos pueden leerse como una ética en verso para amantes de las plantas; o

como una poética de nuestra relación con lo vegetal. Se ha convertido en una tarea

complicada distinguir una cosa de otra en este género que no sé si ha inventado, pero

desde luego ha ensanchado.

 

En la contraportada de este poemario puede leerse: “el poeta mira, transita y teje, con

toda esta materia orgánica (hojas caídas y restos de poda), un verbo atávico”. La

propuesta de Gsús es, en palabras de Jorge Riechmann, una fitopoética, que consiste en

esta imbricación entre el tema de lo natural y la forma del poema, en una mirada

implicada, donde se funden lo emocional y lo social, la expresividad y la crítica, la ética

y la estética, con la naturaleza y nuestra acción sobre ella en el centro. Un ejemplo:

 

así, dividida,

es como llega la catástrofe ambiental

a mis oído

el inasumible reverdecer del progreso

la belleza atónita de un bosque quemado

 

En los poemas no sólo jardinero y poeta se funden: también son lo mismo la celebración

y el llanto, el conocimiento y el amor, la naturaleza en peligro y el hombre mortal. Nos

avisan ya de entrada las maravillosas citas:

 

“Junto a la poesía del nombre común es

necesario el rigor del nombre científico”, Aina S. Erice (Senderos de savia)

 

“La poesía es un instrumento, un instrumento a través del cual se expresa la naturaleza,

y no siempre resulta fácil traducir a la lengua los hombres las consideraciones de la

naturaleza”. Varlam Shalamov (Siberian husky/Perro de tiro).

 

Los versos de Follar son torrenciales, urgentes, de una belleza doliente, una desnudez

espesa y frondosa. Los acompañan, enriqueciéndolos, los poemas gráficos, líricos y a la vez potentísimos, como auténticos puñetazos poéticos.

 

La escritura de Gsús es un grito de socorro, una elegía, una carta de amor desesperado,

un diario de servidumbres, un manual de belleza, unas instrucciones para la dignidad,

un relato de agravios, un dedo que señala en todas direcciones, un acta de defunción,

una confesión de crímenes, un prospecto de consuelos, un abrazo para damnificados, las

predicciones del profeta, las evidencias del notario, un aviso para caminantes, una guía

de “árboles que ya no son”, un álbum triste de recuerdos alegres, la nota de despedida de todos los suicidas. Otro ejemplo:

 

gracias a vosotros, a vuestras putas gracias, estoy vomitando el corazón

y por fin, cuando puedo escribirlo todo en un papel

este que era yo, ya no existe

habéis hecho de él otro cadáver

-uno más- entre la multitud”

 

En estos días de poca poesía y mucha mentira, de agravamiento de los efectos del

cambio climático por el negacionismo y la ineptitud, estos versos resuenan como una

aldaba en la conciencia:

 

la tribu llora a su muerto

el muerto recoge el llanto, lo tibia

construye una acequia

 y conduce el sollozo hacia el verdor de la hierba

 

Hay rabia aquí, hay dolor e ira (como decía nuestro querido Enrique Falcón). Hay

tristeza en la certeza de que todos los poemas llegan tarde. Hay la conciencia de amar a

la naturaleza, una moribunda que muere en nuestros brazos y por nuestras manos, y que

nos presta la conciencia de la finitud. Y sin embargo, una última verdad: para resistir, la

única receta es amar, con los versos, con los huesos.

 

Desde ese lugar inflorescencia, hablo

De tablas a las que asirse

De logros, reveses y frustraciones

Con toda mi solidaridad hacia mi lado salvaje.

 

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