- Ignacio Gaspar
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Son nueve relatos de distintas épocas, pero todos con el denominador común de la atmósfera especial que los envuelve donde lo real, lo irreal, lo vivido, lo soñado y el recuerdo permanente de los que otros nos han dejado en herencia hacen de mobiliario de este Salón.
La primera obra que leí de Ignacio Gaspar fue al inicio de los 80 cuando apareció el autor por el Centro “Amílcar Cabral” traído por no sé qué avatar desde el Sur por el camino del camello, cargando con un refrán que, desde entonces he hecho mío: “El derecho de la hoce es curvado”, y me regaló un ejemplar recién salido de su obra “485 años después del año de la nana”. Ya se veía la clara vocación del autor de imponer unas reglas literarias, no precisamente ortodoxas, de las que ha pasado a ir creando un estilo propio y definido que me atrevería a denominar como “surrealismo canario” que no es, en absoluto, nacido de un automatismo como preconizan los cauces ortodoxos del surrealismo sino de una reflexión profunda en nuestra naturaleza insular que a-isla a los personajes y al lector. No excluye en uno de sus relatos un espeluznante crimen al estilo de Agustín Espinoza solo que Ignacio, al describir el asesinato y el descuartizamiento de Isolina Mesa cuando se desvía del “camino del hambre” por el patio de la casa de Diego Pulido, logra ese clímax dentro de una visión totalmente onírica que rompe cualquier concatenación supuestamente lógica.
Tampoco se deja a un lado un delicioso relato de un rancho brujeril de mujeres trilladoras en que Fidel Herrera dejaba atrapada al fondo de su cueva a Benita Mora, desnuda y sin su pañuelo negro de cabeza pa’poder volar, clavando su podona en las hebras de la tierra. En todos ellos persiste, entre paredes, paredones, veriles y abismos de profundos barrancos, un pasado que no ha pasado.
El sufrimiento, la desconfianza, de un pueblo machacado como el nuestro se extienden por toda la obra como “criaturas que huyen o se ocultan con seguridad para largo tiempo por temor a persecuciones y a cautiverio” … “gente alzada y salvaje, refugiados en su propio mundo, que no se dejaban tratar ni gobernar de ninguna manera”. Incluso la pillería propia del desheredado de la vida la encontramos en el cofre de Narciso Reverón con uno de sus cuatro compartimentos dedicado en exclusiva a recortes de periódicos sobre la independencia de Canarias.
En el último relato encontramos la más cruda real e irreal descripción del “cabrón miedo” y la lucha por superarlo. Lo logra “con la voz inconfundible de Isaatus, que estaba comiéndose un bocadillo de sardinas en lata, con Rafa, hecho con el pan que la mujer de Rafa le envolvió en papel una semana después de casado. Cuando Isaac y Rafa salieron a dar una vuelta y tardaron una semana en volver y le dieron la vuelta a todo un mundo”.
Con palabras de Ignacio “cumpliendo la norma no escrita del fetasianismo” … “en ningún momento de la alteración había perdido el control de mis órganos desarticulados o no expuestos, no solo porque pertenecían a mi memoria personal sino a la imaginación colectiva de los otros, de todos…nuevo pensador que conservaba otra sensibilidad sin temor, una rebeldía original y otra visión y extrañeza por la libertad que se brindaba inmadura”
Puede que este cuasi final de la obra sea, en realidad, trasunto del propio Ignacio Gaspar.
Francisco Javier González,
Gomera a 20 de abril de 2023