Ser de un lugar, por Israel López

Hay numerosas maneras de ser gallego, y el serlo por nacimiento es, acaso, la menos importante  de todas.

Julio Camba

Fotos: Ana García

Los motivos por los que uno escribe pueden ser variados. Acaso uno de tantos sea sentirse parte de la historia, la que va con minúsculas: la historia contada. Más que nada por aquello de reflejar un poco de uno en lo escrito, aunque solo sea un poco. Evidentemente, con ese motivo no alcanza para explicarlo todo, pero al menos sirve para acompañar a Camba en su reflexión que, por supuesto, va más allá de lo probabilístico.

Porque hay que reconocer que las afinidades siempre contribuyeron a las primaveras personales: en la floración del jardín de quien escribe, la catarsis tiene un recorrido de unos cincuenta centímetros desde el corazón hasta la punta de los dedos. Es una pasión que se transforma en presión sobre el teclado del portátil, la máquina de escribir o la hoja en la que al fin aparece un todo articulado de contenido, de sentido, de vida: palabra, frase, texto. Pero todo lo que ocurre en esos recorridos —del corazón a los dedos, de las teclas al papel— es, en realidad, kilométrico, porque es emotivo, y en lo emotivo —mejor reconocerlo— siempre hay algo imperceptible. Más aún: siempre hay algo que escapa a nuestro control, a la lógica que tratamos de aplicar a todo cuanto hacemos, a todo cuanto vivimos.

Con Ondas, la novela que presenté en A Coruña y en el Parador Costa de Morte hace unas semanas, ocurrió así. Lo comenté hace pocas fechas en otro medio gallego: hay varios motivos que explican el porqué de haber escrito un libro que transcurre en Costa da Morte. Entre todas las causas que describí, apunté que la principal fue y es rendir un homenaje a un lugar al que me siento pertenecido.  

Y ya que La Voz de Galicia me puso en esta contraportada, aprovecharé para matizar que ese lugar identitario no es uno en exclusiva; en realidad, ni siquiera es un lugar. Me explico: Galicia existe. Lo gallego tiene sus rasgos. No, no: no caeré en la trampa manida de los tópicos, porque hacerlo sería tan simple como descortés. Simple porque desvestiría de profundidad el argumentario de lo que quiero transmitir; descortés por el respeto genuino y la cercanía que siento hacia tantas personas que desde O Courel hasta la Costa da Morte, desde Estaca de Bares hasta las Cíes, siempre me mostraron, cada cual a su modo, que su casa era mi casa, que su tierra era la mía.

Eso ya fue así cuando conocí Galicia en 1988, de camino a la casa del Apóstol. Desde entonces regresé unas cuantas veces. Regreso siempre que puedo, porque mi vida está en Madrid y una cosa es querer y otra muy distinta es tener tiempo para poder. En 2002 pude: voluntario por unos días durante el desastre del Prestige. De aquella conocí Costa da Morte: ¿quién puede explicar la grandiosidad de ese paisaje? ¿Cómo definir el encuentro entre mar y tierra, ese embate permanente, ese diálogo de olas, vientos y rocas?

Por eso conocer Galicia —el lugar, las costumbres, sus gentes— siempre implicó para mí, desde el principio, regresar. Regresar para comprender por qué siento el sueño permanente de regresar. Tal vez por eso el título del primer capítulo de Ondas sea ese: Regreso. Y es que después de lo del Prestige, en una madrugada de unos cuantos otoños más allá, todo lo vivido en Galicia hasta entonces también regresó. Es así como suceden estas cosas que, ya se dijo, no tienen explicación: unas cuantas frases muy bellas te despiertan. Van vestidas de un lenguaje directo, muy interior, a veces poético… No queda otra: hay que levantarte a escribirlas. Del corazón a la hoja. Hasta hoy: tratando de explicar por qué Costa da Morte, por qué Galicia, por qué uno no sabe exponer el porqué aunque lo sienta; por qué uno vibra cuando llega allí. 

No es casualidad que sea O Roncudo aldea el lugar donde se ubica la casa del protagonista principal de la novela —Martiño— y de su madre. No es casualidad que la novela orbite en torno a Corme o a O Roncudo, pero al igual que es allí podría haber sido cualquier otro lugar de Galicia, porque mi interés por eso que es Galicia estriba en sentirla y en vivirla, sea cual sea el lugar.

La realidad es que Galicia para mí es una emoción. O muchas. Y eso es de lo que trata Ondas, de emociones. Emociones sencillas y complejas, muy humanas, muy vitales, reconocibles. Por eso me gusta repetir sobre Ondas que no fui yo quien escribió la novela, sino que fue la novela la que me escribió a mí.  

Como Galicia: siempre me seguirá escribiendo. Y yo, como Martiño, también regresaré para comprender los porqués, aunque nunca alcance a descubrirlos del todo.

DNI

Israel López García. Nacido en Madrid en 1971, escribe desde su juventud y trabaja como maestro desde hace 25 años. Explican sus apuntes biográficos que «ambos oficios los lleva a cabo con ilusión de niño, y tanto la escritura como la enseñanza las enfoca con el gusto tradicional de todo contador de historias». A principios de este mes presentó su libro Ondas en el Parador Costa da Morte, en Muxía. Y ambos tienen un origen común, ya que surgen de la crisis del Prestige en el 2002. Israel viajó a la zona como voluntario, y volvería otras veces más adelante, y de ahí fue naciendo el libro, con el personaje Martiño como voz protagonista de la novela, como esa persona que regresa a Galicia a cuidar de su madre enferma, y a partir de ahí aparecen otros reencuentros, algunos inesperados.

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/carballo/2024/05/19/lugar/0003_202405C19C12991.htm

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