Sale a la luz la nueva novela de Manuel Moya: Lluvia Oblicua, un recuerdo del Pessoa más sorprendente
Una novela sobre Pessoa, ese caminante de la ciudad de Lisboa, con sus cuestas calzadas y sus cafés bruñidos de azulejos, con sus gatos y sus loteros tristes, con sus oficinas, sus tranvías chirriantes, sus oficinas polvorientas y sus niñas rasgando el papel de plata de sus chocolatinas…
Se trata de una novela más intimista, en la que más y mejor ahonda el autor sobre la condición humana.
Un Pessoa íntimo que deambula por última vez por esa ciudad que ha sido su vida, y de la que se despide, cercana ya su muerte.
Un avance de la obra, apuntado en diariodehuelva.es, no deja indiferente e invita a su lectura:
“Porque el suyo fue un fracaso absoluto, si bien había disfrutado con la voluptuosidad de la derrota, del mismo modo que determinados enfermos terminales tienden a acomodarse sobre esa tarima de poder que confiere la inminencia de la muerte. Dada la naturaleza de sus esperanzas y de sus sueños era imposible no fracasar pero era el suyo un fracaso llevadero, epicúreo, de quien ya estaba condenado de antemano a él. ¿Existió alguna vez la posibilidad de haber evitado el fracaso?, se preguntaba. No, no hay manera de escapar a él y menos aún para un completo soñador como él lo fue siempre”.
Y continúa un texto que envuelve al lector y lo traslada a esa isla de recuerdos portugueses: “Así, una muerte prematura le parecía el lógico remate a su disparatada aventura. Como Ícaro, había intentado volar hasta el sol y, como él, ¡insensato!, se había despeñado. Otros, mientras tanto, habían estado todo el rato mirando hacia el suelo o se habían sacado los ojos para no tener que ver. Vivían vidas razonables, haciendo lo que otros mandaban, mirando lo que otros veían, afirmando lo que otros afirmaban, escribiendo lo que otros ya habían escrito. Quizás fueran felices o se olvidaran de la felicidad metidos en su propia mortaja, royendo sus propios huesos, paseando sus gabanes como quien pasea un perro ahorcado. Unos tenían un jardincito, otros vivían en confortables casas con niños y criadas. Todo parecía estar en su sitio. Los tranvías se detenían en las mismas paradas donde siempre, a horas determinadas, subían los mismos hombres cansados, las mismas enamoradas, las mismas matronas dando el pecho a sus hijos”.
Y sorprende Manuel Moya con sus letras: “Cierto que otros amigos de juventud llevaban una existencia mucho menos menesterosa que la suya; cierto que moraban en casas lujosas, disponían de amantes a quienes pellizcaban el culo, y frecuentaban la ópera, los prostíbulos, las recepciones oficiales, las aguas de Vidago; cierto que se habían hecho fijar placas doradas en las puertas y despachos de la Baixa, recordándose a sí mismos que eran doctores, leguleyos, prohombres de estado, empresarios de fortuna, incluso compartían chismes con el dictador; cierto que se veían con sus amantes en los hoteluchos del puerto, que veraneaban en Estoril, que ahorraban para comprarse un automóvil, que viajaban a la Feria de Sevilla o pasaban fines de semana con sus amantes en los baños en Caldas da Rainha, pero en el fondo de sí mismos también ellos se consideraban unos fracasados; también ellos, a pesar de sus luminarias, vislumbraban la mordedura del fracaso y por eso seguían y seguían bullendo como anguilas en un cubo. No es posible soñar sin saber que se está royendo el hueso tumefacto de la derrota”.
El texto describe la existencia de su protagonista hasta invitarnos a descubrir los secretos de su existencia:
“Él, es cierto, había llevado una existencia atrabiliaria, cambiando de casas, cerrando negocios en los que puso todo su empeño, inventando aparatos que nadie quería, viendo cómo la vida no le deparaba sino labores menudas y precarias, amigos evanescentes, rutinas, proyectos que una y otra vez se le escurrían de las manos, pero también era cierto que sobre sus espaldas había llevado todos los sueños del mundo y eso no sólo le había hecho vivir a contracorriente del fracaso, sino que le fue aportando el combustible necesario para seguir tirando de sí mismo. Un perseguidor de sueños. Un escapista”.
Lluvia oblicua, Manuel Moya (baile del sol, 2022)

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