José Óscar López se registra en el Hotel Vía Láctea

José Daniel Espejo/LA VERDAD

Solamente los actos tienen un sentido / y yo te amé con todo lo que tuve (Llegada a las islas. Baile del Sol, 2014) podría ser el encabezamiento de esta pieza. Pega que una pieza así arranque con un verso del escritor del que vas a hablar. Pega, también, supongo, que LA VERDAD me haya pedido una pieza así: José Óscar López y yo somos amigos desde hace décadas, desde finales de los 90. Empezamos a escribir y a publicar fanzines más o menos al mismo tiempo. Y compartimos infinitas referencias culturales. Sin embargo, si hay un escritor contemporáneo genéticamente alérgico a las tipologías textuales, y no digamos ya a cualquier cosa que huela un poco a etiqueta generacional, ese es Jose. Casi puedo oírlo reírse (esa risa vikinga, irresistible, capaz de arramblar con -casi- todo, que tenía Jose) mientras me mira, por detrás y por encima del hombro, picar estas líneas sobre él.

También supongo que se espera de mí que hable de su obra, pero para hacerlo tengo que acordarme (y a continuación desacordarme) de todo lo que nos hemos reído, Jose y yo, de esa palabra, que escribíamos Hobra, como Cortázar. Quién quiere alimentar una hobra bien gorda, con sus libros, cuando puedes hacer como Jose y trazar con ellos un camino. Desde la plaquette Los nuevos dioses (2001) hasta -ay- Animal fabuloso (Chamán, 2019). Un camino contradictorio, a trompicones, con continuas curvas y rotondas inesperadas o a través de desiertos u océanos o tal vez por el aire, por ese mundo flotante. Una trayectoria que más que llevarte a ninguna parte te aleja todo el rato, te saca de las rigideces y las ramplonerías del lenguaje de las provincias, una maquinaria descacharrante que se desmonta a sí misma para seguir avanzando e incluye ventanas y puertas a los lugares más insospechados, como el castillo ambulante de Miyazaki. Pero que al mismo tiempo te espera, se queda contigo y desde el paisaje más cósmico barra psicodélico te coge de la mano y te dice madre mía la vida, compañero, qué cosa más loca y más hermosa, neng. El delirio está unido a la vida, y si la literatura no habla de la vida, no sirve para nada, decía él.

Ahora que estoy llorando al teclado con Jose riéndose de mí por detrás (pero riéndose con cariño, claro, riéndose como diciendo ay señor, menudo dramas está hecho, mi colega), ahora que he aceptado un encargo del periódico que me paga y debería estar hablando de los libros y las colaboraciones de José Óscar López, de su exquisita, riquísima, delicada y fascinante literatura, me pongo a flojear. Yo que he abierto un Documento1 y lo he encabezado con un par de versos de Jose y me he propuesto aprovechar esta comanda para invitar al público a acercarse a tanta maravilla. Yo que he jugado con la idea de quejarme públicamente de unas instituciones culturales demasiado rancias, paletas e ignorantes como para haber puesto el trabajo de Jose en el lugar que se merece. Ahora no me apetece hacer nada de eso. Nada de eso.

Yo lo que quiero es verlo aparecer en Libros Traperos, tarde como de costumbre, para la presentación del libro de nuestro colega David Galindo, que es mañana, sábado, a la hora del aperitivo. E irnos de cañas. Y luego de tardeo. Y reírnos a carcajadas de hasta la última chorrada que haya puesto en redes esta semana alguno de los escritores que amábamos odiar. Y todo eso con cariño, claro. Con un hacha de carnicero pero con un kilo de amor. Y quiero que Eva, mi pareja, vuelva a ponerse pesada para convencerlo de montar una expo con sus preciosas ilustraciones (¿pero quién iba a ir a ver mis dibujicos?). Hostias, quiero ver esa expo. Y quiero verlo recoger un premio gordo y ponerse nervioso con el micrófono y tartamudear delante del consejero barra concejal. Y quiero verlo en Un país para leerlo y en la portada de Quimera y Ruta66. Pero sobre todo quiero volver a verlo llevando a los pequeños Pablo y Alicia al cole de al lado de mi casa y pensar qué suerte tienen estos críos, crecer con alguien como Jose. Qué suerte, niños. Qué suerte, amigos. Qué suerte, querido lector.

Así que supongo que eso es todo, y he acabado hablando de lo que quiero y lo que no. Pero es que no puedo decir nada más que esto. Que no quiero esto. No lo quiero. Ya está.

Y a modo de despedida, porque estos textos se supone que deben acabar de determinada forma, os dejo un poema inédito de Jose, uno que compuso para leerlo en la protesta que montamos en el 18 contra el recorte horario de la Biblioteca Regional, un artefacto literario tan humilde y al mismo tiempo tan perfecto que si soy la Consejera y lo oigo me acerco personalmente a pedir perdón y abrir el edificio:

NUESTRO templo no era exactamente un templo.

Había allí miles de libros en vez de un solo libro,

innumerables creadores y creaturas

en vez de un solo dios creador,

no una ficción pretendidamente real,

sino múltiples realidades supuestamente ficticias.

Y nadie te obligaba a creer en todo ello.

No había sacerdotes, tú eras tu propio sacerdote

y el único pecado era apartar tanta riqueza

de historias, pensamientos y emociones de la gente.

No había escaños ni sitiales

para diferenciar los ricos de los pobres,

los poderosos de los miserables.

No soy un enemigo de la fe, entiéndeme,

solo te digo que mi fe no es excluyente

y no la guardo en un solo lugar.

Y si hay un sitio que te lleva a mil lugares,

a todos los sitios imaginables,

allí, allí reside nuestro templo.

La biblioteca pública.

https://www.laverdad.es/culturas/libros/jose-daniel-espejo-jose-oscar-lopez-registra-hotel-via-lactea-20240314140428-nt.html

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