Ramón J. Soria Breña: «Es una aberración que destruir un río se considere ‘energía renovable’»

Esta entrevista con se publicó originalmente en #LaMarea95. Puedes conseguir la revista aquí.

En España tenemos una relación complicada con el agua. Creemos, erróneamente, que la sequía se combate construyendo pantanos. Además, cortar la corriente de un río tiene consecuencias ecológicas nefastas. Por explicarlo en pocas palabras, un río parado es un río muerto; un río limpio y en movimiento alberga y genera vida. Ramón J. Soria Breña (Jarandilla de la Vera, 1965) conoce como nadie los ríos de nuestro país. O mejor dicho, lo que queda de ellos. Nuestra falta de sensibilidad hacia la naturaleza y, como él dice, el “uso cleptocrático” del agua los ha destrozado. Las empresas hidroeléctricas han secuestrado un recurso público para su propio interés. Además, sus caudales están envenenados por residuos industriales y urbanos, por los purines de la ganadería intensiva, por los pesticidas de la agricultura, por los metales pesados de la minería… El panorama es desolador. Sin embargo, no siempre fue así, como explica Soria Breña en su evocador libro España no es país para ríos (editado por Alianza). En él recorre 40 ríos y consigue deslumbrar con sus historias, con la cultura milenaria que se asocia a ellos, con la descripción de unos paisajes y una vida animal a los que hemos dado la espalda.

A primera vista, sorprende que alguien como él, dedicado fundamentalmente a la sociología y a los estudios de mercado, haya decidido incluir tan pocas cifras en su ensayo. Las cifras, dice, no sirven para movilizar: “Sólo nos interesa tener agua para regar, para tirar de la cadena y para que se lleve nuestra basura a la cloaca. Y todo lo que tiene que ver con los ecosistemas fluviales nos parece una cosa marciana. Si lo cuentas con datos, la gente no lo valora. Los datos sobre contaminación, sobre sequía, sobre pérdida de la biodiversidad no nos interesan. Hay que contarlo desde la emoción, explicando que el río es algo muy importante para tu vida desde siempre. No se entiende la civilización, ni se entiende el país, ni se entiende nada sin ese río limpio y libre que cruzaba tu pueblo”.

Hay un mapa de la Península Ibérica realizado por Ptolomeo en el siglo II en el que el elemento geográfico más destacado son los ríos. No las poblaciones ni las montañas. Los ríos. Y es lógico: los asentamientos humanos siempre necesitaron agua. El río, además, proporcionaba pescado, movía molinos de trigo y aceituna, era frontera, vía de comunicación y fuente de cultura. “Del río dependían los acuíferos, y de los acuíferos dependían las fuentes. Con el éxodo a la ciudad y la llegada del agua corriente a las casas nos olvidamos de los ríos. Ya ni nos bañamos en ellos. Desde los años sesenta tenemos piscinas de agua clorada y no nos importa tanto que los ríos estén sucios”.

«Es una aberración que destruir un río se considere ‘energía renovable’»
Portada de ‘España no es país para ríos’. ALIANZA EDITORIAL

Una de las sorpresas que se llevó Soria Breña cuando comenzó a escribir este libro es saber el número de ríos que hay en España. Era un dato que nadie había contabilizado nunca. Pero lo pidió al Instituto Geográfico Nacional y se pusieron manos a la obra. Dos meses después, obtuvo una cifra bastante aproximada: 35.000, entre ríos, arroyos, gargantas, barrancas, rieras… La denominación de “río” no depende del caudal que lleve. Hay arroyos con más agua que alguno de nuestros ríos más famosos. Y al contrario, cauces muy estacionales que sólo llevan agua unas pocas semanas al año. Pero todos juntos colocan a España, la amarillenta y seca España, a la cabeza de Europa en número de ríos. El destrozo provocado a este patrimonio es proporcionalmente equivalente: gigantesco.

Culpables de ecocidio

Hay dos causas que destacan en este ecocidio: la agricultura y las empresas hidroeléctricas. Esta primavera, por ejemplo, ha habido un régimen de lluvias razonable; aun así, los pantanos no han subido de nivel. “Para los agricultores, el agua nunca es suficiente –explica el autor–. Y esto lo he visto en todas partes, tanto en el norte como en el sur. Cuanta más agua reciben, más gastan. Es más, la modernización de los regadíos no ha cambiado nada. El riego por goteo en Murcia o Almería, por ejemplo, no ha reducido el consumo de agua, porque la consecuencia es poner en explotación más hectáreas”.

Para colmo, la mayoría de agricultores no pagan por el agua. “Si lo hiciesen, la agricultura en España no sería rentable”, explica. “A los ciudadanos nos cobran por darnos una ducha o por poner el lavavajillas. Y, además, nos cobran un canon por ‘depuración de aguas’, es decir, por contaminar. A los agricultores no. Pagan por mantenimiento de infraestructuras pero no por el agua que consumen ni por la depuración. Aunque la están contaminando por la infiltración de abonos y pesticidas”. Muy pocos regantes pagan por el agua. Lo hacen algunos (en Catalunya o Murcia, por ejemplo) cuando la sacan de los pozos, porque hay que subirla desde una enorme profundidad. “Y cuando es desalada –apunta Soria Breña–, porque cuesta 10 veces más que el agua de un trasvase o de un río”.

Mención aparte merece el uso, muchas veces temerario, que hacen los agricultores de la tierra. Aunque esta falta de sensibilidad no es una excepción en un país muy poco preocupado por la protección de la naturaleza. ¿De donde viene esta brutalidad medioambiental? ¿Se debe a la ignorancia o a la pobreza? “Yo creo que es ignorancia –afirma el escritor–. Hace unas semanas estuve en Garganta la Olla [Cáceres], que es una zona famosa por sus cerezos. Fue allí, precisamente, donde vi por primera vez a los japoneses haciendo sus rituales ante los cerezos en flor. Bueno, pues vi allí a un paisano fumigando con glifosato una parcela muy pequeña que estaba a un metro del cauce del río. Y no es que tuviera malas hierbas, no le comían las ortigas. Es una practica prohibida y, además, lo estaba echando sin máscara ni nada. Y le digo: ‘¿Pero qué hace usted?’. Y me contesta: ‘Pues aquí, curando la tierra’. Cuando le señalé que eso era una barbaridad, que iba a contaminar el río y que la tierra, a simple vista, no lo necesitaba, bueno… casi me pega. Se puso furioso. Pero él no lo hacía con mala intención. Sencillamente, a él le habían enseñado que echar herbicida a esa parcela era algo bueno”. La anécdota adquiere relevancia en un verano como éste, en el que miles de personas de las provincias de Salamanca y Zamora se han quedado sin agua en sus casas por culpa del uso indiscriminado de plaguicidas.

El otro gran enemigo de nuestros ríos son las empresas hidroeléctricas. La proliferación de embalses para generar electricidad ha roto la conectividad biológica. Hubo una época, explica el autor de España no es para ríos, en la que había esturiones en el Guadalquivir. Sí, en Sevilla se producía caviar. También los salmones remontaban grandes distancias para desovar en los ríos del norte. Lo mismo ocurría con truchas, anguilas y lampreas. Toda esa vida desapareció con las presas. Y el resto de peces de río (bogas, sábalos, barbos), en un agua contaminada, estancada y con poco oxígeno, sufren la misma condena. Esta agua “es un bien público”, pero la manejan intereses privados. Con gran opacidad, además.

Ríos atados y bien atados

Aunque Ramón ha intentado conseguir los contratos que el Estado ha firmado con esas empresas (y que deberían ser públicos por la Ley de Transparencia), no ha logrado ni uno. La mayoría de esas concesiones se dieron en el franquismo, y la situación ha cambiado muy poco en democracia. Además, cuando caducan los derechos de explotación, después de 80 años, el Estado los vuelve a sacar a concurso y acaban, normalmente, en las mismas manos. “El Estado debería quedarse con esos saltos de agua. Así podría influir en la reducción del precio de la luz o financiar el bono social o regalársela a quien no pudiera pagarla. Ya que el agua es de todos, ¿por qué no la gestiona una empresa pública? Ningún gobierno se lo ha planteado nunca. Suena superrojo, lo sé”, admite con una sonrisa.

El agua para beber y para uso doméstico, “salvo en algunas zonas de Andalucía donde las cosas se hicieron mal”, está garantizada. “Madrid bebe de tres embalses pequeños alimentados por ríos enanos, y es suficiente para una población de seis millones de habitantes”, explica Soria Breña. “En cambio, para regar todas las zonas que queremos regar y, además, producir energía hidroeléctrica no hay agua suficiente. Usamos el agua para un negocio que enriquece a unos pocos. Es legal, ¿pero es legítimo, es ético? No lo parece”.

“Los ríos que corren libres se desbordan y empapan zonas de inundación. Es así como se rellenan los acuíferos y sube el agua de los manantiales. Tiene un efecto crucial, pero eso con las presas se rompe”, ilustra el autor. “Además, según la Unión Europea, la energía hidroeléctrica es ‘renovable’. Es una aberración que destruir un río se considere ‘energía renovable”, concluye.


El río que nos lleva (y que se llevan)

«Es una aberración que destruir un río se considere ‘energía renovable’»
Portada de ‘Artes de río’. BAILE DEL SOL

A ratos poético y a ratos irónico, el libro España no es país para ríos es uno de los mejores ensayos del año. La capacidad de su autor para enganchar con su erudición fluvial relacionada con la cultura y la naturaleza es abrumadora. No es una cualidad común en nuestro país. Los escritores españoles (con insignes excepciones, como Delibes o Sampedro) no han destacado demasiado por su amor al medioambiente. En ocasiones, detrás de un gran escritor hay un orgulloso destructor de ecosistemas: es el caso de Juan Benet, quien además de novelista era “un ingeniero ilustrado” obsesionado con detener y desviar los ríos con diques, embalses y trasvases. “Al río hay que dominarlo –escribió– y si no se deja, hay que darle para que entienda quién es el amo”.

La mentalidad no ha cambiado demasiado y hoy se siguen haciendo planes para construir más pantanos. Esas construcciones, según el régimen de escasas precipitaciones que auguran los expertos en cambio climático, serán inútiles. “La situación es peor de lo que nos cuentan –asegura Soria Breña–. Los datos que maneja el Ministerio de Transición Ecológica no es que sean malos. Son apocalípticos”. Así pues, por muchos ríos que se detengan y muchas presas que se construyan, esos embalses no se van a llenar. “La última vez que lo hicieron fue en 2017”, confirma. “La clave no está en hacer más embalses sino en utilizar el agua de otra forma”. Y también en cambiar nuestra mirada hacia la naturaleza. Incluso en aprender a enamorarnos de ella.

A esa tarea consagra Soria Breña su actividad literaria. Este año, además de España no es país para ríos, ha publicado un libro de cuentos titulado Artes de río (editado por Baile del Sol). Entre ficción y realidad, emprende un viaje por los ríos del mundo, de Canadá a Rusia, del Congo a la India, con el recto propósito de que conectemos con toda la belleza y la historia que esconden sus cauces. “La historia de un arroyo –escribe citando al anarquista Elisée Reclus–, incluso la de aquel que nace y se pierde en el musgo, es la historia del infinito”.

https://www.lamarea.com/2023/08/14/ramon-j-soria-brena-aberracion-que-destruir-rios-se-considere-energia-renovable/

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